viernes, 14 de junio de 2013

Para ella todo es bonito y grosero


Estaba sentado en mi nuevo sofá morado que me obsequiaron unos amigos el día que no lograron introducirlo en su casa debido a las enormes dimensiones que tiene, pese a lo ridículo que me parece el diseño es muy placentero. Ya en la comodidad que solo puede brindar un regalo como el que recibí atisbé con incredulidad una serie de talismanes que colmaban las verdosas paredes, unos pequeños espejos en forma octagonal en las sucias ventanas y un hato de borregos pendiendo de las oxidadas puertas de mi decente morada. A juzgar por las capas de polvo que cubrían los objetos y las diminutas campanas sin badajo debían tener más de un año ahí colgadas.

No me considero de esas personas supersticiosas que se levantan sonriendo por las mañanas con el pie derecho, ni mucho menos de los que se horrorizan por la presencia de un gato negro que atraviesa la calle. Por el contrario, me gusta dotarlos de cariño, fijar escaleras temblorosas, entregar la sal en la mano de quien la pide, barrer las inmundicias de mi casa hacia afuera y pisar el césped de una cancha de fútbol sin tener que persignarme. En pocas palabras actúo con mesura, como lo haría cualquier individuo normal.

La presencia de Leonor en casa me resultaba apremiante suele visitarme cuando se le antoja ya sea para brindarme un poco de amor o para colgar fetiches en cualquier rincón de la casa. Las creencias que tiene sobre la fortuna en un inicio es difícil de concebirlo, pero con el paso del tiempo todo se vuelve pasadero. Desconozco por completo si lleva a cabo los mismos procedimientos en su casa o es verdad lo que me dice sobre el misticismo que encierra mi lúgubre cueva, como suele referirse a la pocilga donde anido.
Lo cierto es que tiene una casa con piscina, ama de llaves y una familia que puede viajar por todo el mundo en un mes. Para conocer el infortunio es necesario tener suerte, no se puede amar a dios sin tener que abrazar al diablo. Recuerdo que hace un año, precisamente, cuando culminaba el mes de diciembre llegó a casa con una maleta vacía y una pequeña escoba que utilizó de forma simbólica puesto que no barrió el mendrugo polvo que se acumuló en las esquinas de los muros; estando en la acera arrojó monedas al aire mientras embadurnaba de miel un billete que ocultó discretamente en su zapatilla; y en la intimidad de mi casa se despojó de unas hermosas bragas amarillas para volver a ponérselas. Le resté importancia, como todo lo que ocurre al alrededor.  

Mientras continuaba disfrutando del sofá me percaté de las dificultades que tenía al tratar de enganchar una herradura de caballo sobre el marco de la puerta. No le recriminé absolutamente nada, Leonor puede hacer lo que se le antoje, incluso si desea colgarme de los testículos no me negaría en lo absoluto por el contrario le ayudaría a realizar bien el nudo para no sufrir un percance, como desplomarme de la puerta y tener una fractura de consideración. El relativo éxito de nuestra relación radicaba en no cuestionar los actos que realizamos por muy dudosos que resultaran ser. 

Tal vez el único enfrentamiento de seriedad que tuvimos fue hace meses cuando tuvo la necesidad de recibir energías durante el equinoccio de verano sobre la pirámide del sol en Teotihuacán, pese a mi insistencia que solo iba a deteriorar aún más una bella estructura donde acostumbraban los prehispánicos colocar un corazón humano en cada peldaño de los más de doscientos que conforman el sinuoso camino para codearse con los dioses, ella simplemente me frunció la boca y me dijo:<<¡Vete a la chingada!>>. Eso jamás se lo perdoné.

No importa, porque hoy luce esplendida: lleva el cabello recogido lo que permite contemplar sus pequeñas orejas de nutria, su rostro de facciones orientales y el color rojo con el que pintarrajeó sus discretos labios que contrastan con sus ojos color miel. Además, porta una blusa blanca que transparenta el diminuto sostén que expulsa sobre sus bordes una parte considerable de sus hermosos senos y unos pantalones embarrados que enmarcan aún más su silueta de mujer caribeña.
Todo transcurría en silencio observaba cómo llevaba a cabo tan insignificante labor que, sin embargo, absorbía toda mi atención no tanto por la seriedad que transmitía, sino por sus elegantes piernas, motivo para dejar de realizar cualquier cosa, incluso respirar. Por instantes perdía el aliento, mi corazón sonaba como un tambor africano, la única forma de atenuar un poco aquella excitación era acariciándome la entrepierna, la cosa estaba tan dura como un roble. Fue entonces que me recosté en el sofá con el pantalón puesto extendí las piernas cubriendo el espacio vacío que le correspondería a Leonor, no dejaba de acariciarme la verga. Cuando descendió de la silla me miró fijamente a los ojos, se acercó lentamente desabotonándose la blusa dejando al descubierto sus desbordantes senos podía contemplar claramente su aureola color marrón.
 
Luego de besarnos por unos instantes sacó del encierro mi cautivo miembro para acariciarlo continuamente como si fuera un violín bostezando, con inaudita delicadeza lo recargó sobre mi vientre para frotarse contra su clítoris, fue en ese momento que descubrí que podía tocar con mi glande mi ombligo. Ya montada sobre mí se movía exquisitamente, jadeaba, luego sin más se levantó se bajó los pantalones y antes de introducirse mi pene a su vagina me prodigó una tierna mamada, podía sentir su saliva caliente derritiendo mis testículos mientras su pequeña mano de zarigüeya me masturbaba, jadeante me repetía: <<¡Qué rico saben!>>.
De un movimiento resuelto la sujeté fuertemente, la levanté, tenía sus nalgas en mis manos y de pie empecé a hacerle el amor, estaba realmente húmeda y caliente. No paraba de jadear. Gritaba incoherencias. Luego terminó. Me suplicó mi lengua en su vagina. Accedí. Jadeaba. Y luego terminaba.
Sentado sobre el sofá nuevo se montó nuevamente sobre mí, sus altivos pezones estaban en mi boca mientras se estimulaba con su mano. Jadeaba. Y luego terminaba. Poseído por un movimiento pélvico sin precedentes la coloqué en posición vertical, levanté su pierna e inicié nuevamente, bruscamente me detuvo me sugirió que su cabeza tenía que estar orientada hacia el norte y su culo hacia el sur. Obedecí. Unos minutos después terminó. Intempestivamente, sonó su celular:
-¡Pero mira cómo mueve la panza Santa Claus! ¡Jojo-jó! ¿Jojo-jó!
-¡Qué mierda es eso!
-Mierda, tú.
-Sí, bueno. Maestro, por supuesto. Claro. Voy para allá.
-¿Qué sucede?
-Lo siento, tengo que partir. En dos horas tengo que viajar hacia Yucatán.
-No me importa, ven acabemos.
-¡No seas grosero! El mundo se va acabar en dos días, es importante mi presencia en el grupo.
-¿Y yo?
-¿Tú? Claro, lanzaré plegarias por tu eterno descanso.
-No me chingues, no puedes dejarme así.
-¿Cómo? Por favor, tú sabes cómo terminar. No tengo tiempo.
-¡Pero mira cómo mueve la panza Santa Claus! ¡Jojo-jó! ¡Jojo-jó!
-¡Apaga esa chingadera!
-Chingadera, tú.
-Olvídalo, he preguntado lo bastante para saber que no tendré un final feliz.
-El final está a dos días, nadie tendrá una muerte digna. Por eso me fijé en ti bonito, te amo. Por cierto tu sofá es espléndido. Bye.
-Te veo en el infierno.
-Si, como quieras.

miércoles, 22 de mayo de 2013

Primera pieza.

Hace mucho tiempo decidí dejar de escribir más por una cuestión personal que por falta de voluntad. Un amigo cercano me invitó a escribir acerca de las mujeres pero me resistí no por falta de imaginación o experiencia personal sino por el hecho de que no sé hasta que punto conozco sobre un terreno vasto y bastante difícil.
Entonces me invitó a escribir una leyenda que conozco a la perfección: la mujer cola de lagarto. Es una leyenda cargada de misoginia, terror y abatimiento espiritual. No es exagerado si enfrento la realidad en la que vivo con la leyenda. La enseñanza que deja la leyenda es clara: atisbar con curiosidad el trasero de las mujeres en búsqueda de una protuberancia que me permita encontrar a la que anda en busca de un joven novio, no importa  de dónde sea: potosino, zacatecano, siciliano... Lo que importa es casarse y entregar al demonio las almas de un pueblo entero.
Así las cosas cada ocasión que visito aquel pueblo no dejo de busca aquella protuberancia es un poco perverso mirar traseros pero acaso no es de extrañar que alguna mujer tenga una cola escamosa, larga y verdosa. Lo cierto es que jamás la encontré, por el contrario sólo mi tierna mirada contempló traseros perfectos como el pan italiano y en forma de manzana. Todo ha sido una calamidad.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Etnografía urbana



Las ciudades del norte del país son tímidas si se comparan con las del sur, en sus calles se puede respirar ese extraño olor a pólvora quemada que se extiende desoladoramente por todos los parajes. No es de extrañar que en estos tiempos la humanidad se encuentre sumergida en lo más profundo del desasosiego, sería raro vivir en una plenitud placentera donde la cordialidad fuese un convencionalismo propio de una sociedad educada civilmente.
El paisaje urbano ha ido transformándose cada vez más por las exigencias de la sociedad; edificar diminutas casas que sólo pueden ser habitadas por familias de suricatos y ubicarlas lo más cerca de los centros de trabajo obedece más a los intereses de los empresarios que a las necesidades de sus trabajadores. Este comentario me puede llevar al patibulario, se me consideraría un ser que va en contra del progreso, pero acaso crear colonias populares fuera de la mancha urbana con cierta colindancia con unos de los corredores industriales y transnacionales más importantes del país no tiene algo de perverso. El sector obrero ocupa hoy en día el lado oriente de la capital, la cercanía de sus hogares con dicha zona es estratégica, pues ellos satisfacen y cumplen con sus actividades laborales en la zona industrial. Esto se puede resumir en una segregación social. No sólo carecen de servicios básicos, sino también de seguridad, oportunidades académicas y médicas. Una condena al fracaso.
Por el contrario en el lado poniente de la ciudad los cerros han sido modificados para construir residencias, centros hospitalarios, centros comerciales y colegios de gran prestigio a nivel nacional. En sus ascendentes calles de portentosos pavimentos, como si fueran enjambres, no existe inseguridad ni mucho menos hambre. Es un paisaje desigual que ha impactado la perspectiva de los viejos habitantes que realizaban expediciones antes de que se edificaran aquellos complejos habitacionales.
En el ocaso de una ciudad enfurecida que se erige sobre cadáveres cientos de luces se muestran desde los cerros como si fueran luciérnagas gigantes abrazando a una ciudad colapsada. Es una ciudad de Henry Miller:<< Aquella que retoña como un enorme organismo enfermo por todas sus partes, y las avenidas magníficas son algo menos repulsivas simplemente porque les han quitado la pus>>. En el norte de la ciudad esta Tlaxcala que colinda con Santiago, son siete en total los que otorgan identidad a los potosinos: Montecillo, San Sebastián, Tequisquiapan, San Miguelito y San Juan de Guadalupe. Lo franquea un río que en temporada de lluvias se vierte desquiciadamente sobre sus placas de cemento hidráulico, en tiempo de sequía se conoce como Boulevard Río Santiago. A sus costados el ferrocarril puede escucharse notoriamente cada ocasión que arriba a la Casa Redonda, la mayoría del cargamento son oníricos migrantes con deseos de atenuar la distancia para llegar al país del norte. Recomposición familiar de tres parentelas potosinas transnacionales es la tesis de la antropóloga Nelly López donde argumenta que la migración hacia Estados Unidos se vive y asimila de distintas maneras, un factor clave que hace de la ciudad un espacio multicultural, también es un vasto ambiente para analizar las diversas situaciones que se dan dentro del marco urbano que nos permite acercarnos a una infinidad de perspectivas.
Las calles están tapizadas de baldosas opacadas por los años, sus casas son viejas y sombrías, sus mercados de carnes, vegetales, frutas y fierros viejos son espléndidos. Existe toda clase de compradores recorriendo cada pasillo del mercado La República tratando de asordinar los elogios de los carniceros que, con sus voces cavernosas, exhortan a comprar vísceras bovinas mientras rebosan los cadáveres colgados de un gancho despojados de su piel.
En la ala norte se ubican los comedores, las extensas filas de mesas y sillas son evidentes,  las cocineras son las encargadas de convencerte a ingerir algún bocado en sus respectivos establecimientos, algunas impregnadas de condimentos en sus delantales otras con la grasa en el cabello vociferan a los famélicos comida barata; menudo, tacos, gorditas, enchiladas, barbacoa, chalupas, etc. En este mismo lugar los conjuntos musicales compuestos por tres o cuatro integrantes circundan las instalaciones para interpretar la melodía que solicite algún tragaldabas.
Los rostros son desencajados, las miradas taciturnas, los cuerpos siempre embarrados unos con otros, las sonrisas esbozan sarcasmo y los cuerpos humedecidos por el sudor se desplazan a velocidad angustiante encomendados a la Santa Muerte, que ostenta un lugar privilegiado en cada establecimiento de productos santeros ya sea para la suerte, el amor, la protección, la fortuna, la vida y un sinnúmero de necesidades materiales y espirituales.
Las cantinas de los alrededores están con las puertas abiertas de par en par colmadas de bicicletas alineadas con cadenas en las protecciones, estos lugares han sido los escenarios donde las balas dejan torrentes de sangre sobre el piso, sin que esto influya demasiado entre sus asiduos comensales; los santos bebedores. Quienes prefieren refugiarse en el vino y pasar más tiempo en la cantina que en su casa, una invitación a la demencia.
Para Guillermo Fadanelli en sus Plegarias de un inquilino, considera que los bebedores extremos pueden llegar a ser santos porque en su alucinación alcohólica traspasan puertas, vislumbran otras realidades o, al menos, salen de sus casas a mirar la muerte. Y concluye, que para los borrachos sin prejuicio así como “el santo bebedor, como el religioso o el artista romántico, se reserva para sí el misterio, el aura que rodea una experiencia que no puede ser simulada... si lo que tratan de hacer los ebrios es abandonar el mundo real mediante el olvido consciente; abandonar el mundo trastornando la memoria [tiene sentido]”. Para El hombre mediocre de José Ingenieros; merecido o no, el éxito es el alcohol de los que combaten: “el espíritu se aviene a él insensiblemente; después se convierte en imprescindible necesidad.” Lo único difícil de embriagarse es iniciar con la costumbre algo imposible de eludir, como en todos los vicios.

martes, 6 de noviembre de 2012

Ensayo sobre la indiscreción





Los secretos jamás han perdurado en mi memoria más de tres días tratar de borrar de mi mente información que a más de uno provocaría pensamientos iracundos, morbosos o reveladores, sería absurdo. No puedo concebir que un humano lleve en sus hombros una carga insoportable a causa de las malas decisiones de otro que no es capaz de contenerlo en sus entrañas. Imagino  fragmentando con cincel y marro esa loza pesada para quitarle peso a la culpa y distribuirla con aquellos seres que te ofrecen un par de oídos para después aniquilarte con sus indiscreciones entre todos tus conocidos.
En los tiempos actuales que vivimos desconfiar hasta de una tumba parece un acto sensato. Qué función cumple conservar un secreto en una sociedad colmada de falsedades, ficciones y simulaciones. Ahora, por ejemplo, una persona me está confiriendo un secreto íntimo: su perro Bull Terry es homosexual. Cómo puede considerarse la preferencia sexual de un perro como secreta si fornica con otro de su misma especie a los ojos de cualquier transeúnte.
Recuerdo que hace tiempo un conocido interrumpió mi alegría con una confesión intrigosa. Estábamos en una modesta cantina apestosa a cerveza y a desinfectante para inodoros en momentos era insoportable, para atenuar un poco el disgusto oteaba un tanto abúlico las fotografías antiguas de la capital potosina que pendían de los muros como si en realidad tuvieran veracidad histórica. Agitaba mi bebida constantemente para disolver a la perfección el licor con el agua mineral, el movimiento circular de los cubos de hielo en el vaso eran tan estridentes como los testículos de un oso polar.
-Sabes existen secretos de Estado, y eso me da miedo.
-Guárdatelo.
-Te lo voy a confesar pero no le digas a nadie. Estamos a punto de entrar en una crisis económica muy fuerte, compra plata.
Evidentemente, cualquier cosa puede considerarse como secreto si tú lo consideras como tal, por qué rematar con la expresión: Te voy a decir algo pero no vayas a comentarlo con nadie. No sé. Ocultar información que no tiene significado para la humanidad debe ser resbaladiza: inventar situaciones, accidentes, la dipsomanía del primer mandatario, la infidelidad de un gobernador, la extraña enfermedad que esta diezmando al político roedor, los robos, los pecados, los amores furtivos y las corruptelas, es un asunto de índole general y público. Ya nada es privado y confidencial. Finalmente, mi pecho dejó de ser bodega para abrir las puertas de la indiscreción.
  



martes, 30 de octubre de 2012

Despierta abuelo



Nadie tiene la certeza de que exista un lugar especial para un muerto excepto el cementerio: la vida y la muerte son inseparables, algo seguro que todo ser viviente experimentará en algún momento de su existencia en éste mundo. Desde que recuerdo son las defunciones las que azoran en mi vida sin que exista un respiro de certidumbre para mis conocidos. 
Aquel día no había manera alguna de asordinar el ruido que emitía el modular de la vecina, las canciones que interpretaba la cantante Gloria Trevi se podían escuchar notoriamente desde la calle. Sandra era la hija más pequeña de un matrimonio estable, aún no alcanzaba la década de vida; su cuerpo escuálido, como el de una lagartija, le permitía realizar con facilidad coreografías complejas que había memorizado de los videos que grababa de su cantante favorita.
Contra los deseos de su madre por mantener intacta su ropa había perforado sus medias e incrustado en sus blusas estampados de colores escandalosos. Sin embargo, la fascinación de imitar a la perfección a Gloria Trevi la condujo a esponjarse el cabello hasta dejarlo enmarañado imposible de peinar. No era raro que en fiestas familiares le concedieran permiso para presentar ante las miradas atónitas de sus tíos una imitación casi perfecta de la Trevi. Sus abuelos maternos habían llegado del norte para hospedarse por una semana en su casa, aquella ocasión toda la familia se reunió para recordar sus mocedades.
Me encontraba en la calle platicando cuando Sandra salió para invitarnos a todos para presenciar su espectáculo, nadie quiso todos fingimos estar ocupados. Su mamá asomó la cabeza entre la puerta para gritarnos que pasáramos, en un instante todos corrieron para evadir tal invitación, me quedé a solas y de frente con Sandra, no me quedó más remedio que pasar, tomar asiento y ser espectador de una estrafalaria imitación.
Podía ver cómo Sandra se alistaba para presentar por enésima vez su imitación de “zapatos viejos” andaba por toda la casa un tanto nerviosa en busca de un par de zapatos desgastados que no encontraba por ningún lugar. Encontró a su abuelo dormido en una cómoda mecedora de palma tejida en el pasillo que conduce al patio trasero. Sin desearlo lo despertó, el viejo abrió lentamente los parpados para enfocar la vista hacia la silueta que se paseaba frente a él, su mirada era taciturna, no esbozaba ninguna sonrisa pero sí una amargura interminable.
Renunciar a la vida agitada fue la recomendación que el médico sentenció a todos sus familiares para mantenerlo por más tiempo vivo ante el débil corazón que latía desde hace cinco años con extenuación. 
-¿Qué haces hijita?
-Preparándome para mi show abuelo.
-¿Qué show?
-De mi artista favorita.
-¿En qué consiste?
-Cantar y bailar. Quieres que te muestre.
-No es necesario prefiero dormir.
-Está bien.
Intempestivamente sonó el modular, Sandra salió corriendo del pasillo para llegar de forma violenta a la sala, hacía ademanes enérgicos, lanzaba patadas, daba saltos por los sillones, gritaba como loca. Inició su imitación.
Se adentró tanto en su personaje que fue directo al lugar donde se hallaba su abuelo, quien despertó sobresaltado, espantado. Enfadado dibujó una sonrisa estaba invadido por una extraña felicidad, Sandra lo sujetó de la mano y lo llevó a la sala donde todos aplaudieron, lo sentó en un cómodo sillón y le despeinó el poco pleno blanco. Su abuelo no paraba de reír mientras su descendencia veía con ternura a Sandra.
Terminó la pista. Los aplausos inundaron el recinto todos se arremolinaron hacia Sandra como si fuera de verdad Gloria Trevi. Nadie se había percatado del tiempo que pasó el abuelo con los ojos cerrados, imaginaban que estaba durmiendo como era su costumbre. No le dieron importancia.
Por su parte, Sandra se acercó con cautela para acomodarle su cabello plateado, sintió que su piel estaba fría, corrió directo a su recamara tomó una abrigadora manta, regresó y la colocó con cautela:<<Despierta abuelo, ¿estás bien?>>. No respondió. Asustada corrió con su mamá quien le dijo cosas feas entre ellas que dejara en paz a ese viejo. Nadie hizo caso. La última persona que se acercó fue su prima quien gritó fuera de sí ante el cuerpo inerte del abuelo. Acababa de fallecer.
Los servicios médicos no pudieron hacer nada por él, un paro fulminante al miocardio fue la causa del deceso. No hubo cena, recuerdos, ni buenos deseos entre la familia. Todo se resumía en lamentos, oraciones y lágrimas. Sandra jamás volvió a realizar su imitación pese a la insistencia de su familia, lo último que vio el abuelo fue a ella, y no quien lo llevó a la tumba. No me quedó más remedio que alistarme para el funeral aquella noche. 

miércoles, 24 de octubre de 2012

El ocaso de una nación convulsionada


 
La noche ha traído de algún lugar un frío insoportable, me encuentro en una céntrica calle aguardando el transporte colectivo urbano, no soy el único a mi alrededor una muchedumbre instalada en el desasosiego desea cuanto antes huir de un espacio geográfico destinado a la incongruencia; sería extraño vivir en una plenitud placentera donde la cordialidad fuese un convencionalismo propio de una sociedad educada civilmente.

En la actualidad la nación mexicana se encuentra inmersa en un proceso social que ha vulnerado a gran parte de la sociedad debido a la violencia que se ha incrementado en estos últimos tiempos.

Es cierto que una vida sin estudios ni empleo ni futuro ha estimulado en los últimos tiempos a más de uno a ganar dinero fácilmente, tener una vida sibarita y eludir a la justicia. El reclutamiento de jóvenes para alimentar las filas de la delincuencia organizada es más nutrido cada vez más: el desempleo, la falta de oportunidades académicas, culturales y físicas, ha propiciado que muchos de ellos ingresen a la mafia. Y desde ahí arrojar todo por la ventana por un efímero tiempo de excesos, una eternidad en prisión o una muerte satisfecha.

Esta imposición otorga el tono estrictamente social a las nuevas generaciones que se arrojan a la vida corta o a la prisión, la rebeldía ya no es sinónimo de resistencia, ni de lenguaje subversivo, ni mucho menos de manifestaciones sociales, políticas y culturales. ¿La democracia mexicana sólo sirve para continuar siendo pobres? Ahora todo se transgrede, la rebeldía ya no justifica ninguna ideología, ahora es la vida enconada la que sugiere pensar individualmente por el incierto destino que nos depara. Es el Estado que se resiste a reconocer su error, nadie es culpable de la situación alarmante en el país, pero sí de una cierta complicidad por no enfrentar la desoladora cotidianidad que nos arrasa. ¿Acaso nos corresponde esta guerra donde los jóvenes se asesinan entre sí?

Hoy más que nunca entablar un decoroso diálogo con la realidad que vivimos será apremiante, reconocer que las políticas sociales han sido encaminadas por el camino más sinuoso y accidentado no significa un acto de ingobernabilidad, por el contrario sería un acto de honestidad. La seguridad y justicia son temas que hoy en día se imponen, pese a la existencia de políticos que pretenden eludirla. Los tiempos difíciles vienen acompañados de incertidumbre, la inseguridad avanza y la paz se vuelve turbia. Evidentemente, el temor se instala en las esquinas de las ciudades, suena pesimista, lo sé, pero no encuentro expresión optimista que pueda cambiar la situación. El contexto social en el que estamos inmersos es abrumador, cada vez son más los inocentes que fenecen en medio de un fuego cruzado, los índices de violencia se incrementan desmesuradamente, la corrupción se presenta de manera onerosa y los robos son cada vez más inverosímiles.

No es posible negar que una importante cantidad de jóvenes asuman un rol importante en la política del país como emblema de los ideales de México, es en éste escenario donde esbozan una sonrisa para cambiar el destino de un país enfurecido que se erige sobre cadáveres. Los principios éticos se muestran como una alternativa para hacer frente a las incongruencias que nos han sumergido en la incertidumbre e impunidad. Estas palabras asumen la responsabilidad de iniciar una nueva época que se encuentra en el ocaso de su destino.

 

 

La fuga


 
 

Aún era de madrugada cuando salió el candidato de casa,  soplaba un viento frío que le provocaba titiritar con singular enfado. La oscuridad en la calle era densa no se podía ver absolutamente nada excepto una parpadeante luz procedente de una casona que a través de la polvorienta ventana emanaba como si fuera una luciérnaga a punto de extinguirse. La presencia del candidato por esos rumbos debió haber pasado casi desapercibida. Con pasos presurosos caminaron cerca de dos horas sobre los resistentes durmientes que los conducirían a la Estación Peñasco, lugar que se había acordado para llevar a cabo la primera parte de la fuga.

Durante la travesía no se tuvo mayores contratiempos exceptuando el hato de nerviosos borregos que se atravesaron sobre las vías cerrándoles el paso así como unos dolorosos rasguños que produjeron las filosas espinas de las ramas de mezquite que, agitadas por una ligera corriente de viento, se precipitaron de forma angustiante sobre el candidato. Además del puntual canto de los gallos, del mugir de algunas insomnes vacas y de los aullidos de una manada de famélicos coyotes, hubo un silencio sepulcral durante el camino.

Después de haber caminado desesperadamente el cansancio provocó en el candidato un estertor agonizante, con ánimos fingidos vislumbraron la marquesina de la modesta Estación que habían elegido como punto de salida, lo que fue desvaneciendo poco a poco los temores de ser aprehendidos. Sin embargo, el sentimiento de persecución que se apoderó de ellos fue difícil eliminarlo, imaginaban personas caminando detrás de ellos que al menor descuido se arrojarían sobre sus espaldas para derribarlos y aprehenderlos; de sombras que preferían ocultarse debajo de los inmensos matorrales para obstaculizar la travesía y caer en una estrafalaria trampa que los colocara de boca en el suelo tragando el polvo.

Cuando el cielo empezó a difuminarse con la aparición de los primeros rayos del sol, desde el horizonte se podía observar tranquilamente las formas caprichosas que adquirían las nubes sobre el Cerro de San Pedro. Antes de llegar plenamente a la Estación, donde se detuvieron por varios minutos para tomar un ligero descanso, el silencio que los había acompañado durante el camino se desgajó cuando el candidato musitó:

-Ahora sólo hay que esperar.

Eran las ocho de la mañana cuando arribaron a la instalación ferroviaria de Peñasco siendo percibidos por el escaso personal que se encontraba laborando en el andén. Uno de los encargados en atender la oficina de la Estación salió a tomar aire puro saludando al candidato como a cualquier otro ferrocarrilero: levantando la mano sin despegar la mirada del arcilloso suelo. Ante tal situación decidió hacer antesala bajo la sombra de un enorme y remachado tinaco laminoso que abastece de vital líquido a las locomotoras. No quería llamar más la atención de las miradas quisquillosas y desconfiadas.

El candidato daba muestras de confianza en el plan, sin embargo, su rostro se desquebrajaba revelando severos rasgos de cansancio y fatiga. A pesar de las largas jornadas físicas que acostumbraba llevar a cabo mientras vivió, bajo caución, en la ciudad de San Luis. La cotidianidad de verlo tranquilamente del brazo de su esposa caminando por las tardes en la Alameda o Plaza de Armas, se convirtió en palabras que él mismo repetía:<<En una gratificante rutina para el espíritu>>. Aunado a ello, sin dar muestras de temor alguno cuando se aventuraba a dar paseos a caballo conoció lugares alejados del bullicio y relajantes para él, como fue la Presa de San José. Obra hidráulica que consideraba como oportuna para hacer frente a las malas temporadas.

Por más de tres horas aguardaron impacientemente debajo del tinaco hasta que lograron distinguir la negra columna de humo que emergía desesperada de la locomotora aproximándose velozmente, disipando momentáneamente la angustia de ser encontrados. El estrepitoso silbato sonó tres veces anunciando su llegada, el candidato percibió que sus finos y empolvados zapatos tenían pequeñas espinas alrededor de la suela por lo que desencajó una a una hasta quitarlas por completo, exponiendo en tono sarcástico: <<Si todo fuera como esto>>.  

Poco a poco descendieron los excursionistas con canastas llenas de comida y un conjunto musical para amenizar el día de campo, el candidato aún ataviado de ferrocarrilero: overol, camisa a rayas y un pañuelo colorado atado al cuello, con ayuda de Julio Peña encontró el vagón que tenía la puerta abierta. Era la señal. Inmediatamente abordaron el vagón con ciertas dificultades al escalar los enormes estribos, ubicaron dos lugares que previamente habían escudriñado para sentarse, tratando de ocultar sus rostros pasaron por desapercibidos sin percatarse que en el mismo vagón viajaba… 

La voz aguda de un escandaloso ferrocarrilero anunciaba la partida, el silbato sonó tan fuerte que el chirriar de las enormes ruedas de hierro y la desparramada columna de humo que emanaba la locomotora advertían el éxito de la primera parte del plan.

Desde la ventanilla el candidato logró atisbar cómo una familia que había descendido segundos antes buscaban un lugar para pasar un día de campo, las mujeres señalaban con emoción hacia varios lugares sin lograr ponerse de acuerdo. Hasta que un joven de elegante corbata, peinado meticulosamente otorgándole a su cráneo un partido a la mitad comenzó a caminar hacia un descampado tapizado de dientes de león y de un raro césped color verde oscuro que matizaba con el azul turquesa del cielo, con las manos sumergidas en los bolsillos del pantalón y la mirada embarrada en el suelo se detuvo en medio de la nada esperando al resto de la familia que lo siguieron sin chistar. 

Al interior del pullman el encargado de perforar los boletos se acercó a los lugares donde se encontraban sentados los nuevos tripulantes; del lado de la ventanilla se encontraba el candidato que fingía estar dormido; del lado del pasillo Peña, quien limpió con un pañuelo el sudor que copiosamente emanaba su frente. El desvelado e iracundo encargado de perforar los boletos tocó despectivamente el hombro de Peña solicitándole con ademanes prepotentes los pasajes, los cuales extendió con su mano derecha advirtiendo:

-Éste es mi boleto… y éste el de mi compañero. Por favor no lo moleste está muy cansado.

-No me importa sí está cansado, sólo necesito los tickets caballero.

Con la cabeza recargada plácidamente sobre la acojinada almohadilla del asiento escuchaba con atención lo que decía Peña al encargado de revisar los boletos. De vez en cuando dejaba que el movimiento oscilatorio de la locomotora llevara su cabeza de un lugar a otro, como si fuera un péndulo. El empleado por su parte checó los boletos, los perforó, los regresó a Peña y continuó su camino por el angosto pasillo para pasar a otro vagón. En un acto premeditado cuando el candidato sintió que habían recorrido una distancia relativamente larga y que no se escuchaba más la voz del iracundo empleado entreabrió los ojos y empuñando con fuerza sus manos respiró tan hondo que la caja torácica empezó a abultarse, contuvo por varios segundos la respiración, exhaló con paciencia y dijo:

-Trata de descansar, no permitas que regrese el boletero me puede reconocer.

Ensimismado, el candidato se entregó a la tarea de recordar en lo más profundo de su mente el día que decidido recorrer tres estados del norte para dar fin a su campaña proselitista por la presidencia de México. Jamás se imaginó que su contrincante político fuera capaz de utilizar argucias tan perversas para impedirle la posibilidad de competir limpiamente durante las elecciones primarias y secundarias. Las garantías que el mismo Porfirio Díaz le había prometido para llevar a cabo su campaña sin ningún tipo de problemas se las llevaba el carajo.

Sin embargo, la fuga estaba en marcha, escapaba del lugar donde se lucubró un plan que, de tener el éxito deseado, habría de llevarlo a la silla presidencial, acabaría con el autoritarismo e iniciaría una nueva etapa en la vida nacional con el Sufragio Efectivo No Reelección. El viento frío que soplaba desde la madrugada desapareció casi por completo se podía ver hacía el oriente de la capital potosina la entrada de amenazantes nubes oscuras.