Por
muy desenfadado y estrafalario que parezca el siguiente artículo, producto de
mi meticulosa observación e infame pluma, tiene como finalidad plasmar las
expresiones de un noble mexicano frente a un evento muy vergonzoso e hilarante
a la vez que presencié hace poco más un año. Quiero plantear que confundir la
picardía con la ignominia del lenguaje es como creer que un niño tiene mucha
similitud con un suricato. Ante ello hago mías las palabras del escritor Jorge
Ibargüengoitia al señalar que los insultos son palabras sonoras que deberían
tener cierta eficacia: el que insulta y falla está perdido. Y agrega: "los
insultos son nacionales, automáticos e independientes del verdadero sentido de
la frase".
En
la actualidad es muy común escuchar en la calle un sinnúmero de calificativos
hacia las personas ya sea por su forma de vestir, expresarse, comportarse, de
los ruidos extraños que emiten de su ser e incluso por sus orientaciones
sexuales. A mí forma de ver la realidad pareciera ser la individualidad de cada
humano la que se mancilla. En cierta ocasión tuve la fortuna o desventura de
presenciar en plena plaza de armas de la capital potosina cómo un ciudadano le
lanzaba piropos a una linda mujer que por su porte, elegancia y sobre todo por
sus hermosas piernas, como si estuvieran destinadas a posar por siempre ante
las cámaras su perfección, encontraría una idílica relación con
ella:<<¡Chiquita! ¡Apachurro! ¡En esa cola si me formo! ¡De allí deben
salir bombones! La chica de forma displicente le respondió con imprecaciones
que mi refinada educación me impide parafrasearlas, aunque siempre he creído
que las maldiciones no existen sino más bien son construcciones mentales del
lenguaje que sólo los mexicanos podemos comprender. Para cerrar la escena la
hermosa chica con su voz angelical le grita: ¡Maldito guarro!... ¡Naco! Aquel
jocoso ciudadano al escuchar ésta última expresión le cambió el semblante y
hasta el humor, de estar un tanto concupiscente y burlón terminó abúlico e
iracundo.
Nunca
me imaginé el impactó que provocaría en el ciudadano que le restregaran en el
rostro la palabra naco. ¿Pero en la actualidad qué significa ser naco? ¿Acaso
un ser subversivo, un primate, un sinónimo de pelado, pobre, rico, clase
mediera? Para responder a todas estas interrogantes no pude encontrarme con
mejor definición que realiza Guillermo Bonfil Batalla en su libro México
Profundo, donde señala que la palabra naco es "de origen racista,
peyorativa y discriminador se aplica usualmente a la gente desindianizada, que
por estar radicando en alguna ciudad trata de imitar el comportamiento,
atavíos, expresiones de las altas esferas sociales, al grado de llegar a la
aversión." A todo ello tengo la impresión de quien dice ser naco es chido,
la verdad se impone, no creo que exista palabra más precisa y elocuente para
desatinar a cualquiera.
Hace unos cuantos meses tuve la
fortuna de presenciar la película y concierto de Botellita de Jerez en la Arena
Coliseo de la capital potosina, con una afluencia que rebasaba los
cuatrocientos espectadores, fui testigo del Arrejunte de una
de las bandas más importante del país. La fusión de ritmos, letras en doble
sentido e inspiradas en libros como Forjando patria y Laberinto de la Soledad, así
como la reivindicación de lo naco, conceptualizó su propuesta musical en El Guacarock. Un espectáculo que
asombró a toda una multitud por la dinámica y propuesta musical de Francisco
Barrio “El Mastuerzo”, Sergio Arau “El Uyuyuy” y Armando Vega Gil “El
Cucurrucucu”. A propósito del escenario el cuadrilátero fungió como el
excelente espacio para disfrutar canciones como: El Guacarock del Santo, Tons que mi reina, a qué
hora sales al pan? Alármala de tos, Oh Dennys,entre
otras más.
En referido recinto se dieron
cita niños, niñas, intelectuales, activistas políticos, científicos sociales,
literatos, curiosos, despistados, apasionados, renuentes, escépticos, ebrios
errantes… En suma nostálgicos guacarockers. Bajo la consigna:<<¡Muera la
Minera San Xavier! ¡Viva Cerro de San Pedro!>>, dio inicio una de las
bandas más emblemáticas del país.
La fuerte crítica social fue el aliciente
para reafirmar una identidad negada por un agobiante Estado que desprecia la
libertad de expresión. No obstante ello la diatriba del Uyuyuy, estimuló una enloquecida
búsqueda por la igualdad, incidiendo en la aberración de un país discriminador
como lo es Estados Unidos que, mediantes racistas leyes migratorias, pretende
someter a todo ser humano sin dar muestras de respeto a la humanidad.
Sentado observé atentamente
cómo la fuente de emoción se desbordaba en todo el graderío: hilaridad,
canturreo, charlas, pasiones desbordadas, desmedida ingesta de cervezas,
movimientos oscilatorios de cabezas, estruendosos aplausos, retumbantes
silbidos, chicas compartiendo los piropos más guarros de las que han sido
víctimas estimulando desaforados gritos concupiscentes:<<¡Chichis pa´ la banda! ¡Chichis pa´ la banda!>>.
En resumen todo fue alegría.
No dejo de admirar a los botellos y los años de
talento que han derrochado explotando los recursos de su genio literario
plasmándolos en canciones que pueden ruborizar a más de uno e instalar
cómodamente a más de tres en la disertación de la cultura mexicana. En efecto
de una nación cimentada en el mestizaje producto del aniquilamiento nativo y
sometimiento europeo. Sería por ello la evocación de una de las mujeres más
importante de la historia del México prehispánico: La Malinche. <<La primera secretaria bilingüe que tuvimos>> agrega
con sarcasmo El Mastuerzo.
En el momento más decente de la
noche El Cucurrucucu dedicó un idílico poema a Carmen Aristegui ante la censura
de la que fue víctima; de mentarle la madre a Calderón y a los racistas del
mundo; de respetar los derechos indígenas y enaltecer al EZLN; de evocar en el
imaginario colectivo aquello quienes luchan los domingos y son los chidos. En
pocas palabras presenciar el concierto del Arrejunte de Botellita de Jerez, fue
validar el movimiento reivindicador cultural mexicano: ¡Todo lo Naco es Chido!
No hay comentarios:
Publicar un comentario