Me
encuentro en el Eje Vial, una avenida donde se encuentra el mayor número de
comercios formales e informales, atraviesa el centro histórico hasta llegar a
la Alameda Juan Sarabia. En ella se encuentran desde comedores familiares, lavanderías,
imprentas, peluquerías, panaderías, tiendas de abarrotes, tapicerías,
farmacias, restaurantes, papelerías, funerarias, gimnasios, hasta carretas
repletas de fruta podrida. Asimismo, se ubican instituciones policiales, casas
de citas y risueñas meretrices bruñidas de colores escandalosos con sus medias
y zapatos desgastados. Es en esta misma avenida donde se encuentra el edificio
de Seguridad Pública que muestra sus histerias colectivas cada ocasión que se
presenta un hecho criminal. No importa, porque una improvisada arena de lucha
libre aparece entre ellos; el pancracio luce esplendido frente a los ojos
atónitos de un cúmulo de enmascarados, la mayoría son niños que no sobrepasan
la edad de diez años.
No
obstante ello la prostitución de homosexuales, transexuales y mujeres en ésta
transitada avenida ha tenido un rechazo social sin precedentes, no se trata de
esquivar ésta lamentable realidad sino confrontarla. En éste espacio público la
trata de personas, el turismo y explotación sexual es una constante de día y noche. Asimismo, existen casas de citas o centros nocturnos donde la variedad
estriba en un cúmulo de chicas llevando a cabo la exaltación de las pasiones
humanas actuadas a partir de un baile concupiscente, despojándose poco a poco
de sus atavíos. Es aquí donde existe el mayor número de consumidores, sobre
todo en las noches es cuando se deja sentir plenamente el carácter más
deprimente y perverso de estos prostíbulos. Lo cierto es que la fuerte demanda
por estos servicios ha propiciado que en los últimos años exista una
proliferación y afición por éste tipo de lugares, la idea de acabar con ello
parece tan ilusoria como risible.
Las
calles están tapizadas por baldosas opacadas por los años, sus casas son viejas
y sombrías, sus mercados de carnes, vegetales, frutas y fierros viejos son
espléndidos. Existe toda clase de compradores recorriendo cada pasillo del
mercado La República, los elogios de los carniceros que, con sus voces lúgubres,
exhortan a comprar vísceras bovinas mientras los cadáveres rebosan colgados de
un gancho despojados de su piel.
En la
ala norte se ubican los comedores, las extensas filas de mesas y sillas son
evidentes, las cocineras son las encargadas de convencerte a ingerir algún
bocado en sus respectivos establecimientos, algunas impregnadas de condimentos
en sus delantales otras con la grasa en el cabello vociferan a los famélicos comida
barata; menudo, tacos, gorditas, enchiladas, barbacoa, chalupas, etc. En éste
mismo lugar los conjuntos musicales compuestos por tres o cuatro integrantes
circundan las instalaciones para interpretar la melodía que solicite algún
tragaldabas.
Los
rostros son desencajados, las miradas taciturnas, los cuerpos siempre embarrados
unos con otros, las sonrisas esbozan sarcasmo y los cuerpos humedecidos por el
sudor, se desplazan a velocidad angustiante sin dejar de encomendarse a la
Santa Muerte, que ostenta un lugar privilegiado en cada establecimiento de
productos santeros ya sea para la suerte, el amor, la protección, la fortuna,
la vida y un sinnúmero de necesidades materiales y espirituales.
Las
cantinas se encuentran con las puertas abiertas de par en par colmadas de
bicicletas alineadas encadenadas a las protecciones, estos lugares han sido los
escenarios donde las balas dejan torrentes de sangre por todo el lugar sin que
esto influya demasiado entre sus asiduos comensales; los santos bebedores.
Quienes prefieren refugiarse en el vino y pasar más tiempo en la cantina que en
su casa.
En
el mercado 16 de Septiembre, a unos cuantos metros del República, es el lugar donde se puede adquirir
cualquier herramienta nueva, usada o robada. Además, es terminal de autobuses
donde arriban decenas de habitantes de los municipios aledaños en busca de
algo. ¿Qué puede ser? Lo ignoro. Es para volverse locos. En sus locales existe
de todo; ropa de segunda mano, herramientas, partes automotrices, abarrotes,
pornografía, billetes antiguos, antigüedades, revistas y libros. Empero, se
halla uno que marca la diferencia lo conocen como La Montaña de Papel, lo atiende
un poeta consumado por los vicios de una sociedad perturbada.
El
acceso principal siempre está atiborrada de vendedores de atavíos, películas y
canciones piratas, en la entrada trasera la resguardan jóvenes precoces que, como
si fueran centinelas de un presidio, se mantienen hechos un manojo de nervios observando
a los clientes mientras atenúan su malestar con un porro de mariguana que fuman
estoicos, imperturbables. Dicha entrada colinda con la calle Moctezuma donde
las mujeres, sin dar muestras de pudor alguno, salen con blusas transparentes,
sin brasier, mostrando con arrogancia sus pechos y pezones hinchados. No
importa porque están acostumbradas a romper medio boca sin el menor
remordimiento a quien les falte al respeto. Es el lenguaje amargo de las
calles.
Me traslado por la legendaria calle mi
destino es el jardín de Tlaxcala, la desolación se instala en cada farol, los
lavacoches se adueñan de los espacios públicos para sobrevivir, los niños
ofrecen gomas de mascar o mendigan bajo la excusa de ajustar el pasaje para
regresar a su terruño, las niñas están con sus madres en cada semáforo
esbozando una amargura interminable en sus rostros. Los menos afortunados
derribados en las banquetas inhalando a través de un pedazo de tela diluyente o
pegamento amarillo sonríen como querubines.
Algunos
de ellos viven en vecindades que fácilmente se pueden ubicar en el primer
cuadro del centro histórico. En estos reducidos espacios habitacionales
sobresale un amplio patio que comparten entre si sus moradores, las paredes
exhalan un olor fétido como a colchón enmohecido por orines de gato, el inodoro
lo comparten, las habitaciones son diminutas pero no importa. En cada
apartamento aguarda un carrito para vender, globos, fritangas, elotes, papás
fritas, hot cakes, tacos, etc. Sin embargo, existen familias que han dedicado
su vida entera adiestrando a su descendencia en la preparación de mantecados de
gran aceptación entre los habitantes.
Antes
de arribar al templo me traslado por una calle donde se ha evidenciado que una
de las manifestaciones de solidaridad entre sus habitantes, principalmente los
jóvenes, ha sido la música sonidera que ha marcado a más de dos generaciones musicalmente
hablando. Kiss Sound es un colectivo integrado por hermanos y amigos cercanos
que gustan de mezclar canciones norteñas, colombianas y cumbias. Es
característico que una voz cavernosa anuncie a cada minuto saludos especiales
para la banda bajo su apodo para guardar el anonimato y fortalecer la identidad
grupal de la pandilla.
En los
bailes sonideros se puede uno percatar la importancia que tiene para muchos
jóvenes éste tipo de música no sólo es un integrador social sino también una
forma de manifestar su individualidad a partir de pasos o coreografías
improvisadas para iniciar una confrontación que en pocos casos terminan en los
golpes. Es también una forma de conquistar chicas que en esos lugares tropiezan
con su media naranja, las sonrisas que dibujan estimulan el afecto y
reciprocidad.
Ahora
me encuentro en el jardín de Tlaxcala donde los árboles son enormes, no existe
quiosco ni mucho menos un monumento de bronce que evoque la historia patria. En
la calle aledaña las paredes lucen pintarrajeadas por las pandillas que allí
merodean con parsimonia. Es también un punto donde los manifestantes se
encuentran para congestionar la ciudad y llevar sus reclamos a las
instituciones gubernamentales. No importa porque ahora me encuentro aguardando
la misa en honor a mi abuelo, espero que pronto llegue el resto de los que
conforman mi familia, estoy exhausto y lo único que deseo es salir de aquí. Un
panfleto en el piso del atrio que alude a visitar mi tierra versa: San Luis
tiene lo que te gusta.