viernes, 9 de noviembre de 2012

Etnografía urbana



Las ciudades del norte del país son tímidas si se comparan con las del sur, en sus calles se puede respirar ese extraño olor a pólvora quemada que se extiende desoladoramente por todos los parajes. No es de extrañar que en estos tiempos la humanidad se encuentre sumergida en lo más profundo del desasosiego, sería raro vivir en una plenitud placentera donde la cordialidad fuese un convencionalismo propio de una sociedad educada civilmente.
El paisaje urbano ha ido transformándose cada vez más por las exigencias de la sociedad; edificar diminutas casas que sólo pueden ser habitadas por familias de suricatos y ubicarlas lo más cerca de los centros de trabajo obedece más a los intereses de los empresarios que a las necesidades de sus trabajadores. Este comentario me puede llevar al patibulario, se me consideraría un ser que va en contra del progreso, pero acaso crear colonias populares fuera de la mancha urbana con cierta colindancia con unos de los corredores industriales y transnacionales más importantes del país no tiene algo de perverso. El sector obrero ocupa hoy en día el lado oriente de la capital, la cercanía de sus hogares con dicha zona es estratégica, pues ellos satisfacen y cumplen con sus actividades laborales en la zona industrial. Esto se puede resumir en una segregación social. No sólo carecen de servicios básicos, sino también de seguridad, oportunidades académicas y médicas. Una condena al fracaso.
Por el contrario en el lado poniente de la ciudad los cerros han sido modificados para construir residencias, centros hospitalarios, centros comerciales y colegios de gran prestigio a nivel nacional. En sus ascendentes calles de portentosos pavimentos, como si fueran enjambres, no existe inseguridad ni mucho menos hambre. Es un paisaje desigual que ha impactado la perspectiva de los viejos habitantes que realizaban expediciones antes de que se edificaran aquellos complejos habitacionales.
En el ocaso de una ciudad enfurecida que se erige sobre cadáveres cientos de luces se muestran desde los cerros como si fueran luciérnagas gigantes abrazando a una ciudad colapsada. Es una ciudad de Henry Miller:<< Aquella que retoña como un enorme organismo enfermo por todas sus partes, y las avenidas magníficas son algo menos repulsivas simplemente porque les han quitado la pus>>. En el norte de la ciudad esta Tlaxcala que colinda con Santiago, son siete en total los que otorgan identidad a los potosinos: Montecillo, San Sebastián, Tequisquiapan, San Miguelito y San Juan de Guadalupe. Lo franquea un río que en temporada de lluvias se vierte desquiciadamente sobre sus placas de cemento hidráulico, en tiempo de sequía se conoce como Boulevard Río Santiago. A sus costados el ferrocarril puede escucharse notoriamente cada ocasión que arriba a la Casa Redonda, la mayoría del cargamento son oníricos migrantes con deseos de atenuar la distancia para llegar al país del norte. Recomposición familiar de tres parentelas potosinas transnacionales es la tesis de la antropóloga Nelly López donde argumenta que la migración hacia Estados Unidos se vive y asimila de distintas maneras, un factor clave que hace de la ciudad un espacio multicultural, también es un vasto ambiente para analizar las diversas situaciones que se dan dentro del marco urbano que nos permite acercarnos a una infinidad de perspectivas.
Las calles están tapizadas de baldosas opacadas por los años, sus casas son viejas y sombrías, sus mercados de carnes, vegetales, frutas y fierros viejos son espléndidos. Existe toda clase de compradores recorriendo cada pasillo del mercado La República tratando de asordinar los elogios de los carniceros que, con sus voces cavernosas, exhortan a comprar vísceras bovinas mientras rebosan los cadáveres colgados de un gancho despojados de su piel.
En la ala norte se ubican los comedores, las extensas filas de mesas y sillas son evidentes,  las cocineras son las encargadas de convencerte a ingerir algún bocado en sus respectivos establecimientos, algunas impregnadas de condimentos en sus delantales otras con la grasa en el cabello vociferan a los famélicos comida barata; menudo, tacos, gorditas, enchiladas, barbacoa, chalupas, etc. En este mismo lugar los conjuntos musicales compuestos por tres o cuatro integrantes circundan las instalaciones para interpretar la melodía que solicite algún tragaldabas.
Los rostros son desencajados, las miradas taciturnas, los cuerpos siempre embarrados unos con otros, las sonrisas esbozan sarcasmo y los cuerpos humedecidos por el sudor se desplazan a velocidad angustiante encomendados a la Santa Muerte, que ostenta un lugar privilegiado en cada establecimiento de productos santeros ya sea para la suerte, el amor, la protección, la fortuna, la vida y un sinnúmero de necesidades materiales y espirituales.
Las cantinas de los alrededores están con las puertas abiertas de par en par colmadas de bicicletas alineadas con cadenas en las protecciones, estos lugares han sido los escenarios donde las balas dejan torrentes de sangre sobre el piso, sin que esto influya demasiado entre sus asiduos comensales; los santos bebedores. Quienes prefieren refugiarse en el vino y pasar más tiempo en la cantina que en su casa, una invitación a la demencia.
Para Guillermo Fadanelli en sus Plegarias de un inquilino, considera que los bebedores extremos pueden llegar a ser santos porque en su alucinación alcohólica traspasan puertas, vislumbran otras realidades o, al menos, salen de sus casas a mirar la muerte. Y concluye, que para los borrachos sin prejuicio así como “el santo bebedor, como el religioso o el artista romántico, se reserva para sí el misterio, el aura que rodea una experiencia que no puede ser simulada... si lo que tratan de hacer los ebrios es abandonar el mundo real mediante el olvido consciente; abandonar el mundo trastornando la memoria [tiene sentido]”. Para El hombre mediocre de José Ingenieros; merecido o no, el éxito es el alcohol de los que combaten: “el espíritu se aviene a él insensiblemente; después se convierte en imprescindible necesidad.” Lo único difícil de embriagarse es iniciar con la costumbre algo imposible de eludir, como en todos los vicios.

martes, 6 de noviembre de 2012

Ensayo sobre la indiscreción





Los secretos jamás han perdurado en mi memoria más de tres días tratar de borrar de mi mente información que a más de uno provocaría pensamientos iracundos, morbosos o reveladores, sería absurdo. No puedo concebir que un humano lleve en sus hombros una carga insoportable a causa de las malas decisiones de otro que no es capaz de contenerlo en sus entrañas. Imagino  fragmentando con cincel y marro esa loza pesada para quitarle peso a la culpa y distribuirla con aquellos seres que te ofrecen un par de oídos para después aniquilarte con sus indiscreciones entre todos tus conocidos.
En los tiempos actuales que vivimos desconfiar hasta de una tumba parece un acto sensato. Qué función cumple conservar un secreto en una sociedad colmada de falsedades, ficciones y simulaciones. Ahora, por ejemplo, una persona me está confiriendo un secreto íntimo: su perro Bull Terry es homosexual. Cómo puede considerarse la preferencia sexual de un perro como secreta si fornica con otro de su misma especie a los ojos de cualquier transeúnte.
Recuerdo que hace tiempo un conocido interrumpió mi alegría con una confesión intrigosa. Estábamos en una modesta cantina apestosa a cerveza y a desinfectante para inodoros en momentos era insoportable, para atenuar un poco el disgusto oteaba un tanto abúlico las fotografías antiguas de la capital potosina que pendían de los muros como si en realidad tuvieran veracidad histórica. Agitaba mi bebida constantemente para disolver a la perfección el licor con el agua mineral, el movimiento circular de los cubos de hielo en el vaso eran tan estridentes como los testículos de un oso polar.
-Sabes existen secretos de Estado, y eso me da miedo.
-Guárdatelo.
-Te lo voy a confesar pero no le digas a nadie. Estamos a punto de entrar en una crisis económica muy fuerte, compra plata.
Evidentemente, cualquier cosa puede considerarse como secreto si tú lo consideras como tal, por qué rematar con la expresión: Te voy a decir algo pero no vayas a comentarlo con nadie. No sé. Ocultar información que no tiene significado para la humanidad debe ser resbaladiza: inventar situaciones, accidentes, la dipsomanía del primer mandatario, la infidelidad de un gobernador, la extraña enfermedad que esta diezmando al político roedor, los robos, los pecados, los amores furtivos y las corruptelas, es un asunto de índole general y público. Ya nada es privado y confidencial. Finalmente, mi pecho dejó de ser bodega para abrir las puertas de la indiscreción.
  



martes, 30 de octubre de 2012

Despierta abuelo



Nadie tiene la certeza de que exista un lugar especial para un muerto excepto el cementerio: la vida y la muerte son inseparables, algo seguro que todo ser viviente experimentará en algún momento de su existencia en éste mundo. Desde que recuerdo son las defunciones las que azoran en mi vida sin que exista un respiro de certidumbre para mis conocidos. 
Aquel día no había manera alguna de asordinar el ruido que emitía el modular de la vecina, las canciones que interpretaba la cantante Gloria Trevi se podían escuchar notoriamente desde la calle. Sandra era la hija más pequeña de un matrimonio estable, aún no alcanzaba la década de vida; su cuerpo escuálido, como el de una lagartija, le permitía realizar con facilidad coreografías complejas que había memorizado de los videos que grababa de su cantante favorita.
Contra los deseos de su madre por mantener intacta su ropa había perforado sus medias e incrustado en sus blusas estampados de colores escandalosos. Sin embargo, la fascinación de imitar a la perfección a Gloria Trevi la condujo a esponjarse el cabello hasta dejarlo enmarañado imposible de peinar. No era raro que en fiestas familiares le concedieran permiso para presentar ante las miradas atónitas de sus tíos una imitación casi perfecta de la Trevi. Sus abuelos maternos habían llegado del norte para hospedarse por una semana en su casa, aquella ocasión toda la familia se reunió para recordar sus mocedades.
Me encontraba en la calle platicando cuando Sandra salió para invitarnos a todos para presenciar su espectáculo, nadie quiso todos fingimos estar ocupados. Su mamá asomó la cabeza entre la puerta para gritarnos que pasáramos, en un instante todos corrieron para evadir tal invitación, me quedé a solas y de frente con Sandra, no me quedó más remedio que pasar, tomar asiento y ser espectador de una estrafalaria imitación.
Podía ver cómo Sandra se alistaba para presentar por enésima vez su imitación de “zapatos viejos” andaba por toda la casa un tanto nerviosa en busca de un par de zapatos desgastados que no encontraba por ningún lugar. Encontró a su abuelo dormido en una cómoda mecedora de palma tejida en el pasillo que conduce al patio trasero. Sin desearlo lo despertó, el viejo abrió lentamente los parpados para enfocar la vista hacia la silueta que se paseaba frente a él, su mirada era taciturna, no esbozaba ninguna sonrisa pero sí una amargura interminable.
Renunciar a la vida agitada fue la recomendación que el médico sentenció a todos sus familiares para mantenerlo por más tiempo vivo ante el débil corazón que latía desde hace cinco años con extenuación. 
-¿Qué haces hijita?
-Preparándome para mi show abuelo.
-¿Qué show?
-De mi artista favorita.
-¿En qué consiste?
-Cantar y bailar. Quieres que te muestre.
-No es necesario prefiero dormir.
-Está bien.
Intempestivamente sonó el modular, Sandra salió corriendo del pasillo para llegar de forma violenta a la sala, hacía ademanes enérgicos, lanzaba patadas, daba saltos por los sillones, gritaba como loca. Inició su imitación.
Se adentró tanto en su personaje que fue directo al lugar donde se hallaba su abuelo, quien despertó sobresaltado, espantado. Enfadado dibujó una sonrisa estaba invadido por una extraña felicidad, Sandra lo sujetó de la mano y lo llevó a la sala donde todos aplaudieron, lo sentó en un cómodo sillón y le despeinó el poco pleno blanco. Su abuelo no paraba de reír mientras su descendencia veía con ternura a Sandra.
Terminó la pista. Los aplausos inundaron el recinto todos se arremolinaron hacia Sandra como si fuera de verdad Gloria Trevi. Nadie se había percatado del tiempo que pasó el abuelo con los ojos cerrados, imaginaban que estaba durmiendo como era su costumbre. No le dieron importancia.
Por su parte, Sandra se acercó con cautela para acomodarle su cabello plateado, sintió que su piel estaba fría, corrió directo a su recamara tomó una abrigadora manta, regresó y la colocó con cautela:<<Despierta abuelo, ¿estás bien?>>. No respondió. Asustada corrió con su mamá quien le dijo cosas feas entre ellas que dejara en paz a ese viejo. Nadie hizo caso. La última persona que se acercó fue su prima quien gritó fuera de sí ante el cuerpo inerte del abuelo. Acababa de fallecer.
Los servicios médicos no pudieron hacer nada por él, un paro fulminante al miocardio fue la causa del deceso. No hubo cena, recuerdos, ni buenos deseos entre la familia. Todo se resumía en lamentos, oraciones y lágrimas. Sandra jamás volvió a realizar su imitación pese a la insistencia de su familia, lo último que vio el abuelo fue a ella, y no quien lo llevó a la tumba. No me quedó más remedio que alistarme para el funeral aquella noche. 

miércoles, 24 de octubre de 2012

El ocaso de una nación convulsionada


 
La noche ha traído de algún lugar un frío insoportable, me encuentro en una céntrica calle aguardando el transporte colectivo urbano, no soy el único a mi alrededor una muchedumbre instalada en el desasosiego desea cuanto antes huir de un espacio geográfico destinado a la incongruencia; sería extraño vivir en una plenitud placentera donde la cordialidad fuese un convencionalismo propio de una sociedad educada civilmente.

En la actualidad la nación mexicana se encuentra inmersa en un proceso social que ha vulnerado a gran parte de la sociedad debido a la violencia que se ha incrementado en estos últimos tiempos.

Es cierto que una vida sin estudios ni empleo ni futuro ha estimulado en los últimos tiempos a más de uno a ganar dinero fácilmente, tener una vida sibarita y eludir a la justicia. El reclutamiento de jóvenes para alimentar las filas de la delincuencia organizada es más nutrido cada vez más: el desempleo, la falta de oportunidades académicas, culturales y físicas, ha propiciado que muchos de ellos ingresen a la mafia. Y desde ahí arrojar todo por la ventana por un efímero tiempo de excesos, una eternidad en prisión o una muerte satisfecha.

Esta imposición otorga el tono estrictamente social a las nuevas generaciones que se arrojan a la vida corta o a la prisión, la rebeldía ya no es sinónimo de resistencia, ni de lenguaje subversivo, ni mucho menos de manifestaciones sociales, políticas y culturales. ¿La democracia mexicana sólo sirve para continuar siendo pobres? Ahora todo se transgrede, la rebeldía ya no justifica ninguna ideología, ahora es la vida enconada la que sugiere pensar individualmente por el incierto destino que nos depara. Es el Estado que se resiste a reconocer su error, nadie es culpable de la situación alarmante en el país, pero sí de una cierta complicidad por no enfrentar la desoladora cotidianidad que nos arrasa. ¿Acaso nos corresponde esta guerra donde los jóvenes se asesinan entre sí?

Hoy más que nunca entablar un decoroso diálogo con la realidad que vivimos será apremiante, reconocer que las políticas sociales han sido encaminadas por el camino más sinuoso y accidentado no significa un acto de ingobernabilidad, por el contrario sería un acto de honestidad. La seguridad y justicia son temas que hoy en día se imponen, pese a la existencia de políticos que pretenden eludirla. Los tiempos difíciles vienen acompañados de incertidumbre, la inseguridad avanza y la paz se vuelve turbia. Evidentemente, el temor se instala en las esquinas de las ciudades, suena pesimista, lo sé, pero no encuentro expresión optimista que pueda cambiar la situación. El contexto social en el que estamos inmersos es abrumador, cada vez son más los inocentes que fenecen en medio de un fuego cruzado, los índices de violencia se incrementan desmesuradamente, la corrupción se presenta de manera onerosa y los robos son cada vez más inverosímiles.

No es posible negar que una importante cantidad de jóvenes asuman un rol importante en la política del país como emblema de los ideales de México, es en éste escenario donde esbozan una sonrisa para cambiar el destino de un país enfurecido que se erige sobre cadáveres. Los principios éticos se muestran como una alternativa para hacer frente a las incongruencias que nos han sumergido en la incertidumbre e impunidad. Estas palabras asumen la responsabilidad de iniciar una nueva época que se encuentra en el ocaso de su destino.

 

 

La fuga


 
 

Aún era de madrugada cuando salió el candidato de casa,  soplaba un viento frío que le provocaba titiritar con singular enfado. La oscuridad en la calle era densa no se podía ver absolutamente nada excepto una parpadeante luz procedente de una casona que a través de la polvorienta ventana emanaba como si fuera una luciérnaga a punto de extinguirse. La presencia del candidato por esos rumbos debió haber pasado casi desapercibida. Con pasos presurosos caminaron cerca de dos horas sobre los resistentes durmientes que los conducirían a la Estación Peñasco, lugar que se había acordado para llevar a cabo la primera parte de la fuga.

Durante la travesía no se tuvo mayores contratiempos exceptuando el hato de nerviosos borregos que se atravesaron sobre las vías cerrándoles el paso así como unos dolorosos rasguños que produjeron las filosas espinas de las ramas de mezquite que, agitadas por una ligera corriente de viento, se precipitaron de forma angustiante sobre el candidato. Además del puntual canto de los gallos, del mugir de algunas insomnes vacas y de los aullidos de una manada de famélicos coyotes, hubo un silencio sepulcral durante el camino.

Después de haber caminado desesperadamente el cansancio provocó en el candidato un estertor agonizante, con ánimos fingidos vislumbraron la marquesina de la modesta Estación que habían elegido como punto de salida, lo que fue desvaneciendo poco a poco los temores de ser aprehendidos. Sin embargo, el sentimiento de persecución que se apoderó de ellos fue difícil eliminarlo, imaginaban personas caminando detrás de ellos que al menor descuido se arrojarían sobre sus espaldas para derribarlos y aprehenderlos; de sombras que preferían ocultarse debajo de los inmensos matorrales para obstaculizar la travesía y caer en una estrafalaria trampa que los colocara de boca en el suelo tragando el polvo.

Cuando el cielo empezó a difuminarse con la aparición de los primeros rayos del sol, desde el horizonte se podía observar tranquilamente las formas caprichosas que adquirían las nubes sobre el Cerro de San Pedro. Antes de llegar plenamente a la Estación, donde se detuvieron por varios minutos para tomar un ligero descanso, el silencio que los había acompañado durante el camino se desgajó cuando el candidato musitó:

-Ahora sólo hay que esperar.

Eran las ocho de la mañana cuando arribaron a la instalación ferroviaria de Peñasco siendo percibidos por el escaso personal que se encontraba laborando en el andén. Uno de los encargados en atender la oficina de la Estación salió a tomar aire puro saludando al candidato como a cualquier otro ferrocarrilero: levantando la mano sin despegar la mirada del arcilloso suelo. Ante tal situación decidió hacer antesala bajo la sombra de un enorme y remachado tinaco laminoso que abastece de vital líquido a las locomotoras. No quería llamar más la atención de las miradas quisquillosas y desconfiadas.

El candidato daba muestras de confianza en el plan, sin embargo, su rostro se desquebrajaba revelando severos rasgos de cansancio y fatiga. A pesar de las largas jornadas físicas que acostumbraba llevar a cabo mientras vivió, bajo caución, en la ciudad de San Luis. La cotidianidad de verlo tranquilamente del brazo de su esposa caminando por las tardes en la Alameda o Plaza de Armas, se convirtió en palabras que él mismo repetía:<<En una gratificante rutina para el espíritu>>. Aunado a ello, sin dar muestras de temor alguno cuando se aventuraba a dar paseos a caballo conoció lugares alejados del bullicio y relajantes para él, como fue la Presa de San José. Obra hidráulica que consideraba como oportuna para hacer frente a las malas temporadas.

Por más de tres horas aguardaron impacientemente debajo del tinaco hasta que lograron distinguir la negra columna de humo que emergía desesperada de la locomotora aproximándose velozmente, disipando momentáneamente la angustia de ser encontrados. El estrepitoso silbato sonó tres veces anunciando su llegada, el candidato percibió que sus finos y empolvados zapatos tenían pequeñas espinas alrededor de la suela por lo que desencajó una a una hasta quitarlas por completo, exponiendo en tono sarcástico: <<Si todo fuera como esto>>.  

Poco a poco descendieron los excursionistas con canastas llenas de comida y un conjunto musical para amenizar el día de campo, el candidato aún ataviado de ferrocarrilero: overol, camisa a rayas y un pañuelo colorado atado al cuello, con ayuda de Julio Peña encontró el vagón que tenía la puerta abierta. Era la señal. Inmediatamente abordaron el vagón con ciertas dificultades al escalar los enormes estribos, ubicaron dos lugares que previamente habían escudriñado para sentarse, tratando de ocultar sus rostros pasaron por desapercibidos sin percatarse que en el mismo vagón viajaba… 

La voz aguda de un escandaloso ferrocarrilero anunciaba la partida, el silbato sonó tan fuerte que el chirriar de las enormes ruedas de hierro y la desparramada columna de humo que emanaba la locomotora advertían el éxito de la primera parte del plan.

Desde la ventanilla el candidato logró atisbar cómo una familia que había descendido segundos antes buscaban un lugar para pasar un día de campo, las mujeres señalaban con emoción hacia varios lugares sin lograr ponerse de acuerdo. Hasta que un joven de elegante corbata, peinado meticulosamente otorgándole a su cráneo un partido a la mitad comenzó a caminar hacia un descampado tapizado de dientes de león y de un raro césped color verde oscuro que matizaba con el azul turquesa del cielo, con las manos sumergidas en los bolsillos del pantalón y la mirada embarrada en el suelo se detuvo en medio de la nada esperando al resto de la familia que lo siguieron sin chistar. 

Al interior del pullman el encargado de perforar los boletos se acercó a los lugares donde se encontraban sentados los nuevos tripulantes; del lado de la ventanilla se encontraba el candidato que fingía estar dormido; del lado del pasillo Peña, quien limpió con un pañuelo el sudor que copiosamente emanaba su frente. El desvelado e iracundo encargado de perforar los boletos tocó despectivamente el hombro de Peña solicitándole con ademanes prepotentes los pasajes, los cuales extendió con su mano derecha advirtiendo:

-Éste es mi boleto… y éste el de mi compañero. Por favor no lo moleste está muy cansado.

-No me importa sí está cansado, sólo necesito los tickets caballero.

Con la cabeza recargada plácidamente sobre la acojinada almohadilla del asiento escuchaba con atención lo que decía Peña al encargado de revisar los boletos. De vez en cuando dejaba que el movimiento oscilatorio de la locomotora llevara su cabeza de un lugar a otro, como si fuera un péndulo. El empleado por su parte checó los boletos, los perforó, los regresó a Peña y continuó su camino por el angosto pasillo para pasar a otro vagón. En un acto premeditado cuando el candidato sintió que habían recorrido una distancia relativamente larga y que no se escuchaba más la voz del iracundo empleado entreabrió los ojos y empuñando con fuerza sus manos respiró tan hondo que la caja torácica empezó a abultarse, contuvo por varios segundos la respiración, exhaló con paciencia y dijo:

-Trata de descansar, no permitas que regrese el boletero me puede reconocer.

Ensimismado, el candidato se entregó a la tarea de recordar en lo más profundo de su mente el día que decidido recorrer tres estados del norte para dar fin a su campaña proselitista por la presidencia de México. Jamás se imaginó que su contrincante político fuera capaz de utilizar argucias tan perversas para impedirle la posibilidad de competir limpiamente durante las elecciones primarias y secundarias. Las garantías que el mismo Porfirio Díaz le había prometido para llevar a cabo su campaña sin ningún tipo de problemas se las llevaba el carajo.

Sin embargo, la fuga estaba en marcha, escapaba del lugar donde se lucubró un plan que, de tener el éxito deseado, habría de llevarlo a la silla presidencial, acabaría con el autoritarismo e iniciaría una nueva etapa en la vida nacional con el Sufragio Efectivo No Reelección. El viento frío que soplaba desde la madrugada desapareció casi por completo se podía ver hacía el oriente de la capital potosina la entrada de amenazantes nubes oscuras.

lunes, 22 de octubre de 2012

Tierra de muertos


Han pasado veinte años desde que feneció mi bisabuela y parece ser que los recuerdos que poseo se desvanecen conforme pasa el tiempo, como si el barlovento del norte erosionara sin en el menor escrúpulo mi pasado. De pie frente a la tumba de ella reviven sus regaños, sus amenazas, sus insultos y sobre todo sus cariños. Desde muy joven tuvo que migrar de Papantla, Veracruz, hacia San Luis Potosí más por una cuestión sentimental que por necesidad, gracias a los conocimientos gastronómicos que había adquirido en su pueblo natal le permitió encontrar trabajo como cocinera en un modesto restaurante de la carretera 57. El padre de sus hijos un viejo ferrocarrilero que la sedujo prometiéndole matrimonio la olvidó después de que ella se entregara en cuerpo y alma. Hasta que un día cansada por la incertidumbre decidió buscar al padre de su primogénito para que respondiera como ordenaban las costumbres de su terruño:<<Si no se casan al menos que reconozcan a sus hijos>>.  Instalada en el desasosiego mi bisabuela decidió permanecer en tierras potosinas con la esperanza de que algún día recapacitaría <<aquel viejo bribón>>, como solía llamarlo.

En la sala de mi apartamento conservo una fotografía de ella cuando era joven su atractivo no tenía punto de comparación, su elegante peinado y su tierna mirada fueron los elementos necesarios para ser captada por una rudimentaria cámara fotográfica, como si estuviera platicando desenfadada con alguien. No dejo de pensar en el destino, mi bisabuela se aferró a una idea a un capricho de los tantos que tuvo en el último lustro de su vida que mudarnos de aquella casa tan enorme no fue una decisión prudente. La tristeza que embargó las cuatro paredes a raíz de nuestra mudanza fue el aliciente de sus peores presagios que poco tenían que ver con su longeva vida.

La antigua casa que habitamos se encuentra en la calle Ignacio M. Altamirano, también conocida como el Callejón del Buche. La cercanía con el templo de Tlaxcala hacía más angustiante nuestra residencia en ese lugar: los constantes repiques, los pasos presurosos de las beatas y los pormenores halagos hacia mí madre, adquirieron un semblante alarmante para mi padre.

La vida en el centro histórico durante el día estaba cohesionada en torno a los numerosos comercios ambulantes, humildes comedores, clandestinas licorerías, casas de citas y burdeles. Aunque nunca había oído queja alguna sobre ello, no fue hasta que escuché las noctívagas risotadas femeninas que se filtraron por la ventana de mi habitación una noche de otoño. La música de una mal afinada orquesta interpretaba canciones idílicas sobre meretrices renuentes al amor verdadero mientras una voz cavernosa anunciaba cada hora a partir de la media noche la variedad para el próximo fin de semana estimulando una enloquecida concupiscencia entre los comensales por la vida nocturna. En el momento que el Salón México abría sus puertas la calle lucía más atractiva y segura, solo era necesario caminar unos cuantos metros sobre Eje Vial para encontrarse con el cabaret.

Tuvieron que pasar varios meses para familiarizarme con los escándalos que se suscitaban en la calle, desde mi ventana oteaba a los clientes que entraban al cabaret con cierto misterio saludando efusivamente al guardia de la entrada mientras lanzaban un vistazo hacia el interior del establecimiento para cerciorarse del buen ambiente que garantizaban los empresarios del lugar. Todo era un tanto intrigante.

Un día decidí despertar más temprano de lo habitual para ir a la escuela, encontré en la calle algunos asiduos clientes saliendo del cabaret abotagados por el sudor y con claras muestras de dipsomanía. Conforme avanzaban el mareo producto del licor era evidente se abalanzaban hacía la pared de alguna modesta casa afianzando cada paso sobre el adoquín jadeando como el resuello de un violento homínido. Había perdido toda noción de lo que antes era aquella calle embadurnada de excremento, tapizada de violentos vómitos, humedecida por indulgentes micciones e impregnada por un tortuoso olor que destilaba el cabaret: una rara mezcla de licor de uva con desinfectante para sanitarios. Un día amanecieron en la puerta de la casa huellas dactilares ensangrentadas que se desplazaban de un lado a otro como si fuera el zarpazo de un oso.

 Durante los fines de semana se instalaron interminables filas de taxis invadiendo las adoquinadas aceras en espera de algún cliente, a ello debo agregar la proliferación de modestos establecimientos culinarios en cada esquina para atenuar las necesidades famélicas que pudieran suscitarse. Aunque en un inicio los vendedores de flores fueron los que controlaron el comercio informal, al poco tiempo llegaron todo tipo de personas ofreciendo relojes baratos, mariguana, cocaína y meretrices.

El éxito del cabaret radicaba en un espectáculo femenino que según mi padre contaba en reiteradas ocasiones a su mejor amigo apodado El Diablo:<<Hay una dama que se quita la ropa mientras baila indecentemente>>. Me resultaba difícil simular tranquilidad durante las inusitadas visitas de los compañeros de trabajo de mi padre no había fin de semana que no llegaran con el pretexto de una necesidad execrable o realizar una llamada telefónica. Hubo un día donde el zaguán y pasillo principal de la casa estaba tan congestionado que no cabía un alfiler, dudo mucho que las pláticas de mi padre fueran el pretexto para visitarlo los fines de semana. Todo esto tenía que ver con el cabaret. Muchos de ellos engañaban a sus esposas argumentando resolver asuntos del trabajo. ¿Qué se puede atender en una modesta casa los asuntos relacionados con la reparación de la vía del ferrocarril? Empero, llegaría el día donde mi bisabuela haciendo uso de su edad y soez vocabulario echó a cada uno de ellos a la calle.

Ahora que me encuentro en la tierra de los muertos rodeado de sepulturas de cantera rosa oscurecida por el tiempo casi todas ellas pertenecientes a familias adineradas decimonónicas comprendí el empecinamiento de mi bisabuela por adquirir a como diera lugar ese lote para ser sepultada tres metros bajo tierra a un costado de Arturo Castillo, sí de aquel viejo bribón. Lo que siempre anheló en vida solo en la muerte consiguió.

El cielo empezó a oscurecerse de forma angustiante haciendo más dramática mi estancia en el cementerio que de vez en cuando mostraba sus eléctricas venas azuladas dotando a las tumbas de sombras espeluznantes. Un aguador de los que predominan en todos los camposantos llegó con una carga de agua para vaciarla sin el más mínimo respeto sobre la lápida de Gabina Marques, como se llamaba mi bisabuela. De un movimiento resuelto vertí un balde de agua en los floreros hasta hacerlos arrojar los embalsamados insectos que el tiempo había sepultado, deposité dos ramos de sus flores preferidas tratando de emperifollar su tumba como siempre quiso que se mantuviera. El breve tiempo que pasé frente a su lapida recordando su ser me inundaron de una indescriptible sensación de taciturna alegría.  

 

jueves, 21 de junio de 2012

Bunburista


Cada ocasión que escucho el trillado discurso calderonista una imagen desoladora se instala cómodamente en mi mente para perturbarme cada segundo que asimilo las palabras que vomita a través del televisor. La perorata oficial adquiere, conforme transcurre el discurso, un tono de voz más elevado y agresivo cuando el mandatario recuerda toda manifestación civil contra la violencia. Para él no existe el pueblo ni las víctimas: todo se reduce al costo de la guerra. La personalidad de Calderón a veces cambia y se muestra comprensible ante las necesidades de la población mientras en otras ocasiones se muestra bonachón.

Lo mismo sucede con las televisoras mexicanas que durante años han manipulado cada segundo la realidad que vivimos mostrando al televidente una farsa que han idealizado como el único camino para encontrar la felicidad. Sí eres pobre la fortuna te llegará por si sola; si eres adinerado una desgracia cambiará la mentalidad capitalista; si eres feo una hermosa modelo perderá la cabeza por ti. En suma crean programas que poco tienen que ver con reafirmar los valores que la sociedad ha olvidado casi por completo para justificar el gobierno que tenemos más no el que merecemos. 

Para las televisoras hoy más que nunca necesitan mantener a la ciudadanía flotando en un mar de historias inverosímiles para que no cuestionen nada acerca de las decisiones y ocurrencias del mandatario de México. ¿Será cierto que estamos pagando impuestos para sufrir?
 La importancia de llamarse Ernesto es una de los obras de Oscar Wilde a la que recurro cada vez que habla Calderón, quiero decir que en ciertos momentos es Felipe y en otras ocasiones es Bunbury. Para Wilde, Bunbury es totalmente inestimable, un personaje enfermizo, creado para mentir en un tono altamente moral que conduzca a la salud o a la felicidad de uno. En efecto un bunburista es un ser mentiroso, irreal e inverosímil.

No obstante ello la guerra civil ha llegado a justificarse desde distintas perspectivas que sólo busca la aceptación de las mayorías y la desacreditación de las minorías que levantan la voz. Cada discurso bunburista pierde credibilidad cada vez más por aquellos mexicanos y mexicanas que viven la incertidumbre social. Asimismo, las televisoras que han unido fuerzas para enfrentar a quien ahora llaman el enemigo se convierten en otros bunburistas confirmados. Ante ello recurriendo de nueva cuenta a Oscar Wilde dice que la verdad rara vez es pura y nunca es simple. La vida moderna sería muy aburrida si fuera ambas cosas.

martes, 29 de mayo de 2012

Bajos fondos de un barrio potosino




Me encuentro en el Eje Vial, una avenida donde se encuentra el mayor número de comercios formales e informales, atraviesa el centro histórico hasta llegar a la Alameda Juan Sarabia. En ella se encuentran desde comedores familiares, lavanderías, imprentas, peluquerías, panaderías, tiendas de abarrotes, tapicerías, farmacias, restaurantes, papelerías, funerarias, gimnasios, hasta carretas repletas de fruta podrida. Asimismo, se ubican instituciones policiales, casas de citas y risueñas meretrices bruñidas de colores escandalosos con sus medias y zapatos desgastados. Es en esta misma avenida donde se encuentra el edificio de Seguridad Pública que muestra sus histerias colectivas cada ocasión que se presenta un hecho criminal. No importa, porque una improvisada arena de lucha libre aparece entre ellos; el pancracio luce esplendido frente a los ojos atónitos de un cúmulo de enmascarados, la mayoría son niños que no sobrepasan la edad de diez años.
No obstante ello la prostitución de homosexuales, transexuales y mujeres en ésta transitada avenida ha tenido un rechazo social sin precedentes, no se trata de esquivar ésta lamentable realidad sino confrontarla. En éste espacio público la trata de personas, el turismo y explotación sexual es una constante de día y noche. Asimismo, existen casas de citas o centros nocturnos donde la variedad estriba en un cúmulo de chicas llevando a cabo la exaltación de las pasiones humanas actuadas a partir de un baile concupiscente, despojándose poco a poco de sus atavíos. Es aquí donde existe el mayor número de consumidores, sobre todo en las noches es cuando se deja sentir plenamente el carácter más deprimente y perverso de estos prostíbulos. Lo cierto es que la fuerte demanda por estos servicios ha propiciado que en los últimos años exista una proliferación y afición por éste tipo de lugares, la idea de acabar con ello parece tan ilusoria como risible.
Las calles están tapizadas por baldosas opacadas por los años, sus casas son viejas y sombrías, sus mercados de carnes, vegetales, frutas y fierros viejos son espléndidos. Existe toda clase de compradores recorriendo cada pasillo del mercado La República, los elogios de los carniceros que, con sus voces lúgubres, exhortan a comprar vísceras bovinas mientras los cadáveres rebosan colgados de un gancho despojados de su piel.
En la ala norte se ubican los comedores, las extensas filas de mesas y sillas son evidentes, las cocineras son las encargadas de convencerte a ingerir algún bocado en sus respectivos establecimientos, algunas impregnadas de condimentos en sus delantales otras con la grasa en el cabello vociferan a los famélicos comida barata; menudo, tacos, gorditas, enchiladas, barbacoa, chalupas, etc. En éste mismo lugar los conjuntos musicales compuestos por tres o cuatro integrantes circundan las instalaciones para interpretar la melodía que solicite algún tragaldabas.
Los rostros son desencajados, las miradas taciturnas, los cuerpos siempre embarrados unos con otros, las sonrisas esbozan sarcasmo y los cuerpos humedecidos por el sudor, se desplazan a velocidad angustiante sin dejar de encomendarse a la Santa Muerte, que ostenta un lugar privilegiado en cada establecimiento de productos santeros ya sea para la suerte, el amor, la protección, la fortuna, la vida y un sinnúmero de necesidades materiales y espirituales.
Las cantinas se encuentran con las puertas abiertas de par en par colmadas de bicicletas alineadas encadenadas a las protecciones, estos lugares han sido los escenarios donde las balas dejan torrentes de sangre por todo el lugar sin que esto influya demasiado entre sus asiduos comensales; los santos bebedores. Quienes prefieren refugiarse en el vino y pasar más tiempo en la cantina que en su casa.
En el mercado 16 de Septiembre, a unos cuantos metros del República, es el lugar donde se puede adquirir cualquier herramienta nueva, usada o robada. Además, es terminal de autobuses donde arriban decenas de habitantes de los municipios aledaños en busca de algo. ¿Qué puede ser? Lo ignoro. Es para volverse locos. En sus locales existe de todo; ropa de segunda mano, herramientas, partes automotrices, abarrotes, pornografía, billetes antiguos, antigüedades, revistas y libros. Empero, se halla uno que marca la diferencia lo conocen como La Montaña de Papel, lo atiende un poeta consumado por los vicios de una sociedad perturbada.
El acceso principal siempre está atiborrada de vendedores de atavíos, películas y canciones piratas, en la entrada trasera la resguardan jóvenes precoces que, como si fueran centinelas de un presidio, se mantienen hechos un manojo de nervios observando a los clientes mientras atenúan su malestar con un porro de mariguana que fuman estoicos, imperturbables. Dicha entrada colinda con la calle Moctezuma donde las mujeres, sin dar muestras de pudor alguno, salen con blusas transparentes, sin brasier, mostrando con arrogancia sus pechos y pezones hinchados. No importa porque están acostumbradas a romper medio boca sin el menor remordimiento a quien les falte al respeto. Es el lenguaje amargo de las calles.
Me traslado por la legendaria calle mi destino es el jardín de Tlaxcala, la desolación se instala en cada farol, los lavacoches se adueñan de los espacios públicos para sobrevivir, los niños ofrecen gomas de mascar o mendigan bajo la excusa de ajustar el pasaje para regresar a su terruño, las niñas están con sus madres en cada semáforo esbozando una amargura interminable en sus rostros. Los menos afortunados derribados en las banquetas inhalando a través de un pedazo de tela diluyente o pegamento amarillo sonríen como querubines. 
Algunos de ellos viven en vecindades que fácilmente se pueden ubicar en el primer cuadro del centro histórico. En estos reducidos espacios habitacionales sobresale un amplio patio que comparten entre si sus moradores, las paredes exhalan un olor fétido como a colchón enmohecido por orines de gato, el inodoro lo comparten, las habitaciones son diminutas pero no importa. En cada apartamento aguarda un carrito para vender, globos, fritangas, elotes, papás fritas, hot cakes, tacos, etc. Sin embargo, existen familias que han dedicado su vida entera adiestrando a su descendencia en la preparación de mantecados de gran aceptación entre los habitantes.
Antes de arribar al templo me traslado por una calle donde se ha evidenciado que una de las manifestaciones de solidaridad entre sus habitantes, principalmente los jóvenes, ha sido la música sonidera que ha marcado a más de dos generaciones musicalmente hablando. Kiss Sound es un colectivo integrado por hermanos y amigos cercanos que gustan de mezclar canciones norteñas, colombianas y cumbias. Es característico que una voz cavernosa anuncie a cada minuto saludos especiales para la banda bajo su apodo para guardar el anonimato y fortalecer la identidad grupal de la pandilla.
En los bailes sonideros se puede uno percatar la importancia que tiene para muchos jóvenes éste tipo de música no sólo es un integrador social sino también una forma de manifestar su individualidad a partir de pasos o coreografías improvisadas para iniciar una confrontación que en pocos casos terminan en los golpes. Es también una forma de conquistar chicas que en esos lugares tropiezan con su media naranja, las sonrisas que dibujan estimulan el afecto y reciprocidad. 
Ahora me encuentro en el jardín de Tlaxcala donde los árboles son enormes, no existe quiosco ni mucho menos un monumento de bronce que evoque la historia patria. En la calle aledaña las paredes lucen pintarrajeadas por las pandillas que allí merodean con parsimonia. Es también un punto donde los manifestantes se encuentran para congestionar la ciudad y llevar sus reclamos a las instituciones gubernamentales. No importa porque ahora me encuentro aguardando la misa en honor a mi abuelo, espero que pronto llegue el resto de los que conforman mi familia, estoy exhausto y lo único que deseo es salir de aquí. Un panfleto en el piso del atrio que alude a visitar mi tierra versa: San Luis tiene lo que te gusta. 

viernes, 18 de mayo de 2012

El narcopoder, la enfermedad masiva y los tiempos difíciles


En la actualidad la nación mexicana se encuentra inmersa en un proceso social que ha vulnerado a gran parte de la sociedad debido a la violencia que se ha incrementado en estos últimos tiempos. La guerra declarada contra el narcotráfico tiene como propósito fundamental acabar con quienes hacen daño al país.

Es cierto que una vida sin estudios ni empleo ni futuro a estimulado en los últimos tiempos a más de un mexicano o mexicana a ganar dinero fácil, tener una vida sibarita y eludir a la justicia. El reclutamiento de jóvenes para alimentar las filas de la delincuencia organizada es más nutrido cada vez más. El desempleo, la falta de oportunidades académicas, culturales y físicas, ha propiciado que muchos de ellos ingresen a la mafia sin chistar. Arrojan todo por la ventana por un efímero tiempo de excesos, una eternidad en prisión o una muerte satisfecha. Lamentablemente he visto cómo las mentes más brillantes de mi generación se han arrebatado la vida a consecuencia de una sobredosis, o por el contrario; se encuentran pagando una condena en algún centro de readaptación por su complicidad con grupos narcotraficantes.

Actualmente la cifra aproximada es de poco más de sesenta mil muertos, los daños colaterales son aún más angustiantes, los enfrentamientos entre grupos criminales y militares no reprimen sus balas. El discurso oficial justifica su presencia en el poder, no confronta la realidad, hoy más que nunca se necesita educación y no de intestinas beligerancias. La perorata oficial adquiere, conforme transcurre el discurso, un tono de voz más elevado y agresivo cuando el mandatario recuerda toda manifestación civil contra la violencia. Para él no existe el pueblo ni las víctimas, todo se reduce al costo de la guerra. Una imagen desoladora se instala en mi mente cómodamente para perturbarme cada segundo que asimilo sus palabras: no existirá capitulación alguna. Con todo ello quiero decir que la búsqueda del bienestar o de un México mejor me hace suponer que todo está germinándose desde la inconformidad social, evocar el miedo, terror y ansiedad, que cada fin de semana sobrevivimos me lleva a situarme  dubitativo en que todo cambiara de rumbo, la intrusa calamidad muestra su verdadero rostro.
Lo cierto es que en estos tiempos ha surgido un movimiento que alude a la vida idealizada de un narcotraficante; canciones, lenguaje, atavíos, costumbres, ritos, devoción y un sinfín de actitudes retadoras. La reciente aparición de la enfermedad masiva o movimiento alterado, ha tenido mucha aceptación, manifestación de corte socio-cultural ha adquirido mayor relevancia en la costa del pacifico mexicano.
En sus videos se muestra que el principal rival a vencer son los militares mientras el polvo blanco, dinero, botellas de whisky, armas y mujeres sobran en las escenas. En cuanto a las mujeres que rodean a estos grupos son conocidas como las plebitas chacalosas, son bellas, con cuerpos bien definidos, atavíos sensuales con elementos de pedrería, uñas ornamentadas, siempre hilarantes, dispuestas a confrontar a la autoridad, independientes, bravas y sobre todo dispuestas a entregar la vida en un enfrentamiento.
Para el antropólogo Roger Bartra, la situación aumenta de complejidad debido a que los medios de comunicación masivos ejercen una inverosímil influencia en el modo de vida de la sociedad, para el autor de La jaula de la melancolía. Identidad y Metamorfosis del Mexicano, esta es una función legitimadora que “le imprime un dinamismo al poder, de manera que nos encontramos con la gestación constante de nuevas formas culturales.”[1]
El narcopoder difunde un estilo de gasto privado que se vuelve público, “el ofensivo y auto-apantallante desfile de residencias, joyas, automóviles inmensos, armas de alto poder, esclavas y relojes de oro, maletas colmadas de dólares, vedettes de opulencia anatómica, camionetas último modelo… todo lo que sus poseedores jamás hubiesen obtenido con su grado de escolarización y sus relaciones familiares.”[1] Tanto para los campesinos como a los pobres urbanos el narcotráfico les ofrece la movilidad social de un modo vertiginoso, este tipo de vida donde el dinero llega a raudales, las manías adquisitivas se vuelven primordiales y la técnica para decorarse más que para ataviarse de los narcos, “no sólo es ostentación (todo lo que relumbra es oro) sino el mensaje delirante a los ancestros que nunca salieron del agujero.”[2]
Esta imposición otorga el tono estrictamente social a las nuevas generaciones que se arrojan a la vida corta o a la prisión, la rebeldía ya no es sinónimo de resistencia, ni de lenguaje subversivo, ni mucho menos de manifestaciones sociales, políticas y culturales. Ahora todo se transgrede, la rebeldía ya no justifica ninguna ideología, ahora es la vida enconada la que sugiere pensar individualmente por el incierto destino que les depara. Es el Estado que se resiste a reconocer su error, nadie es culpable de la situación alarmante en el país, pero sí de una cierta complicidad por no enfrentar la desoladora cotidianidad mexicana que nos arrasa.
Hoy más que nunca entablar un decoroso diálogo con la realidad que vivimos es apremiante, reconocer que las políticas sociales han sido encaminadas por el camino más sinuoso no es asumir un acto de ingobernabilidad por el contrario sería un acto de honestidad. La inseguridad es un tema que hoy en día se impone pese a las iniciativas que pretenden eludirla. Los tiempos difíciles vienen acompañados de incertidumbre, la inseguridad avanza y la paz se vuelve turbia


[1] Arellano, Antonio, et-al. Fuera de la ley. La nota roja en México 1982-1990. Ed. Cal y Arena. 1993, pág. XIII México.
[2] Monsiváis, Carlos. Los mil y un velorios. Crónica de la nota roja en México. Asociación Nacional del Libro, A.C. 2009, pág. 184. México.


[1] Bartra, Roger. La Jaula de la Melancolía Identidad y Metamorfosis del Mexicano. Ed. Grijalbo. 2007, pág. 169. México.

martes, 15 de mayo de 2012

La inevitable discrepancia sobre el chicle


Cada ocasión que mastico un chicle no dejo de sentir cierta inquietud por el destino que tendrá mi dentadura; acaso un par de dientes podridos que el odontólogo se encargará de sanar o simplemente una dolorosa mordida en mi lengua, como me ha sucedido en diversas ocasiones. A sabiendas de las consecuencias que sufrirá mi boca lo realizo de vez en cuando no para atenuar el mal aliento que produce ingerir un café o fumar un cigarrillo, sino para fortalecer mi quijada como las fauces de un cocodrilo.

Escribir sobre la goma de mascar parece algo inusual, estrafalario e hilarante, lo cierto es que nadie hasta el sol de hoy ha podido desprenderse de esa masa elástica que tu dentadura mastica torpemente hasta el cansancio. ¿Será inevitable para la humanidad vivir con un chicle en la boca? No lo sé. Finalmente el ser humano no sólo respira, observa, escucha, siente y saborea, sino también masca chicle; una parte inexorable de su cotidianidad. Durante mucho tiempo he presenciado cómo los seres humanos han encontrado en este producto un placer indescriptible como fatigante, mientras que para algunos ha sido un odioso enemigo a vencer al momento de desprenderlos de las bancas, aceras, muros, atavíos e infinidad de lugares inimaginables; para las manos adecuadas ha representado una salvación ya sea para pegar un papel a la pared, unir un plástico con otro, aislar cables, etc.

Mi relación con ésta golosina ha sido de total incertidumbre recordar cómo fui víctima de las innumerables telarañas que cubrieron mi cabeza durante mi niñez, como si fuera la red de un cocinero, no ha sido alentador. Las visitas al peluquero fueron constantes la única forma para lograr desprender la gomosa masa de mi cabellera era recortando la considerable parte perjudicada, mi aspecto siempre fue equiparable a la de una zanahoria mordida.

En cierta ocasión a bordo del transporte colectivo urbano atisbé cómo una decena de usuarios agitaban constantemente la mandíbula de arriba hacia abajo; unos de forma lenta, otros a velocidad angustiante. Hubo una pasajera en especial que llamó mi atención tanto por la pericia de formar ingentes bombas en sus labios, como por el desesperante ruido que emitía desde su boca. Su rostro esbozaba una singular mirada diabólica, mientras sus maxilares perversamente trataban de aniquilar la masa gomosa que vagaba entre sus dientes, me dio la impresión que en cualquier momento empezarían a sangrar sus encías.
En el momento menos inesperado sacó de su boca la pequeña esfera chiclosa para colocarla en la solapa de su blusa, se levantó del asiento se perfiló hacia la puerta trasera palpó en los bolsillos de su pantalón hasta encontrar un pequeño envoltorio de gomas de mascar introdujo una nueva tira a su boca y se apeó. Estimulado por el asombro no me había percatado de los nuevos tripulantes que, a la par de los que se encontraban viajando, también mascaban chicle, era como si una sinfonía de instrumentos elásticos ofreciera el concierto de su vida.

Ha sido tal el impacto del chicle en nuestra sociedad que existen convencionalismos sociales aceptables como: masticar el chicle con la boca cerrada; evitar mascarlo en el salón de clases; no escupirlo en la calle; y no sacarlo de tu boca para estirarlo. Tanto masca chicle el político, el narcotraficante, el empresario, el chofer, el académico, el obrero, la tortillera y la meretriz; como el religioso, el intelectual, el locutor, la cantante y el actor. Algo tan inevitable como necesario. ¿Acaso el chicle no es una herencia prehispánica que gracias a la fuerte demanda ha podido conservarse hasta nuestro días?

El período electoral que vivimos en la actualidad ha dado pauta para que los candidatos muestren sus personalidades en cualquier objeto, afortunadamente el chicle ha pasado por desapercibido por la clase política sino serían tan cínicos que buscarían la forma de aparecer en los paquetes para afinar la democracia desde la mascada. En cambio, en el amor -en una de sus manifestaciones más elocuentes- el chicle ha fungido un rol muy importante al momento de manifestarlo, cuántas parejas románticas no hemos presenciado intercambiando -intencionalmente o con alevosía- de boca a boca ésta golosina.

Ahora bien, existen imágenes estereotipadas en el mundo cinematográfico donde el chicle ha desempeñado un papel protagónico, sin él la actriz o el actor no tendrían credibilidad al momento de interpretar a un rebelde justiciero o a una vanidosa meretriz. En el mundo del deporte es aún más evidente cuántos futbolistas, beisbolistas, basquetbolistas, ciclistas… no aparecen a primer cuadro con el rostro destilado de sudor, con la mirada rígida como si estuvieran concentrados sin dejar de masticar chicle.
Lo cierto es que la fuerte demanda por el chicle ha estimulado a las empresas ofrecer a sus consumidores nuevos sabores -ya sea sin azúcar o con nicotina-, tamaños, formas y presentaciones. Incluso existen portentosas gomas de mascar capaces de eliminar hasta el último aliento. En un artículo poco conocido y viejo en sí mismo ubicaba a México como el segundo país consumidor de goma de mascar en el mundo, lo que representaba para las autoridades una amenaza para sus habitantes. No obstante ello, los altos mandos de salud advirtieron que mascar chicle no sólo representaba un riesgo para las millones de dentaduras en el país, sino que a la brevedad se convertiría en contrariedad para los gobiernos, puesto que la inversión para desprender los chicles adheridos a la superficie tendría un costo significante. Además, que cada chicle mascado representa un cúmulo de bacterias y enfermedades para la ciudadanía.
No importa, porque cada vez son más quienes destinan una fracción considerable de su dinero en una práctica tan común como indispensable. Una clara dependencia a la goma de mascar. A quién le importa tener caries mientras puedas atenuar un poco el hambre, la angustia, la consternación, la amargura y el sufrimiento. Finalmente el chicle se apropia del temperamento humano, hace funcionar la vida.    

miércoles, 7 de marzo de 2012

El primer poeta de San Luis.


A partir de la llegada de los españoles a tierra adentro hubo un cambio en el orden social de gran trascendencia. Una cultura inmersa en una tierra árida, difícil de sortear pero habitable, se encontró con una de las grandes oposiciones al nuevo orden, la rebeldía. El pasado de la actual ciudad de San Luis Potosí estuvo colmada de evangelizaciones, conquistas, hogueras y crímenes pasionales en sus primeros años de fundación, pese a la resistencia de la cultura aridoamericana por impedir el asentamiento de la milicia española en estas tierras no fue suficiente. Poco más de cuarenta años fue el tiempo que duró el enfrentamiento entre Chichimecas y españoles que permitiera a estos últimos colonizar el altiplano.
La apertura de caminos fue uno de los primeros proyectos que emprendieron las empresas colonizadores para penetrar los inhóspitos territorios azolados por culturas renuentes al nuevo orden de la época. Sin embargo, los asaltos en los caminos eran peligrosos y continuos por lo que hubo necesidad de construir fuertes o presidios a lo largo y ancho del territorio, esto permitió tener un poco de seguridad y fundar pueblos entorno a estas edificaciones. Con el pronto establecimiento de los españoles en estás tierras hicieron con los misioneros y otras culturas indígenas mesoamericanas -como los tlaxcaltecas, aztecas, tarascos, otomíes entre otros más-, intentar sopesar la habilidad que tenían con el arco y la flecha e incluir algunos chichimecas para su pronta conversión al catolicismo y adaptación a la nueva civilización que la corona española exigía.
Para el historiador Rafael Montejano y Aguiñaga en  su texto San Luis Potosí. La Tierra y el Hombre había que enseñar al chichimeca a llevar una vida sedentaria, organizada, así como a “obtener el sustento, la ropa y demás explotando técnica y constantemente los recursos naturales.”[1] No obstante ello para asegurar éste proyecto hubo también obsequios de paz como: cuchillos, carne, semillas, atavíos, etc.
El Capitán Miguel Caldera fue quien llevó a cabo esta empresa pacifica que atraería intempestivamente a caravanas de españoles en busca del oro y plata que habían descubierto en el Cerro de San Pedro, lo que obligó a crear poblaciones entre ellas las de Santiago, Tlaxcala, Montecillo, Tequisquiápan, San Sebastián, San Miguelito y San Juan de Guadalupe.
Durante los primeros años de fundación las sociedades establecidas fueron consolidándose poco a poco ante el advenimiento de mineros españoles, criollos, mestizos, indígenas, negros y mulatos, quienes iniciaron una serie de expediciones para continuar con la explotación mineral por todo el territorio. Con ello también llegaron las nuevas formas de trabajo que exigía ésta sociedad entre los oficios que se destacan en la época se cuentan con el de carpinteros, albañiles, orfebres, sastres, panaderos, zapateros y herreros. Las primeras construcciones fueron templos y conventos con arquitectura que obedecía a las expresiones de la época: el barroco, que fue el predilecto de los misioneros. Posteriormente, se construyó la Plaza de Armas, las haciendas de beneficio, caserones, casas reales, hospitales y colegios.
En cuanto a la educación como es conocido estuvo a cargo de la iglesia, la instrucción se reducía en leer, escribir, contar y aprender el catecismo, la primera escuela según Montejano y Aguiñaga se instaló para los tlaxcaltecas en su propio barrio, el octogenario Fray Diego de la Magdalena pasó sus últimos años en el convento que ahí mismo se construyó educando a los indígenas. Conforme avanzaba el tiempo fueron arribando otras órdenes religiosas como la de los franciscanos, agustinos, jesuitas y mercedarios, quienes también iniciarían en sus respectivos conventos y la enseñanza potosina.
Es también en Tlaxcala donde la tauromaquia fungió como una de las aficiones más importantes para sus habitantes. No sólo había comedias que se presentaban en pequeños teatros sino también peleas de gallos. Las fiestas religiosas, como la de Corpus, así como las comedias en el teatro desempeñaron un rol importante para aquel que carecía de medios para diversiones como las mencionadas.
No obstante ello, es Juan de Gabirira quien absorbe mi atención, avecindando en el barrio de Tlaxcalilla en 1606 con su pareja Marta de Rentería, plasmarían en el pasado potosino un suceso trágico justificado por la traición amorosa.  A partir del antecedente histórico que existe sobre éste crimen pasional a unos cuantos años de haberse fundado el barrio, el mercader español Juan de Gabiria después de encontrar a su consorte Marta de Rentería en un amorío invocó la excusa de la venganza. ¿Cómo puedo comprender una sociedad sino encuentro el antecedente que condiciona su existencia? ¿No es acaso la herencia de un barrio los hechos que marcaron su fundación? 
El 28 de Agosto de 1606 fue cuando Juan de Gabiria después de haber perdonado una vez la traición amorosa de su mujer no logró resistir la segunda, por lo que decidió sin el menor remordimiento asesinarla asestándole varias puñaladas no sin antes escribir un poema que por duplicado dejó uno en la habitación donde yacía el cadáver y el otro en el picaporte. Con algunas variables transcribo del texto Causa criminal de la Real Justicia contra Juan de Gabiria. Primer poeta de San Luis Potosí, escrito por Joaquín Antonio Peñalosa y Alejandro Espinosa Pitman, algunos versos de diez décimas que lo componen:

A Marta de Rentería.



Si bien, como merecía,
midieras mi fe y amor,
ni mostraras tu rigor,
no yo viera tu porfía;
por donde, señora mía,
visto tu esquivo interés,
me es fuerza decir que es
la causa de tanto mal,
ese rigor natural
con que mi firmeza ves.
Pero cuando consideres
que eres mujer y yo ausente,
yo discreto y tu imprudente,
yo quien soy y tu quien eres;
y que si a dicha me vieres,
de aquí a un mes o de aquí a un año,
verás cierto el desengaño
y me dirás que acerté:
yo en guardarte amor y fe
y tú en procurar mi daño.
Caído me has a las manos,
pagas por donde pecaste,
que si de mi te burlaste,
yo de tus gustos livianos;
que los cielos soberanos,
viendo mi justa querella,
te dan por sentencia en ella
que, como desconocida,
la que me quitó la vida
se quede sin mí y sin ella.

Es la frustración del amor la que sobrevive a la degradación humana éste es el lenguaje triste y amargo compuesto por la traición, invocar la venganza no fue una respuesta práctica al honor. El proceso criminal que iniciaría en 1606 y terminaría en 1610, tuvo un inverosímil desenlace, Juan de Gabiria tendría como condena el ostracismo del pueblo de San Luis y unas cuantas multas. En cambio para el barrio de Tlaxcalilla esto le valió tener a su primer poeta.

[1] Montejano y Aguiñaga, Rafael. San Luis Potosí. La Tierra y el Hombre. Ed. UASLP, 1997. Pág. 54. México.