En
la actualidad la nación mexicana se encuentra inmersa en un proceso social que
ha vulnerado a gran parte de la sociedad debido a la violencia que se ha
incrementado en estos últimos tiempos. La guerra declarada contra el
narcotráfico tiene como propósito fundamental acabar con quienes hacen daño al
país.
Es
cierto que una vida sin estudios ni empleo ni futuro a estimulado en los
últimos tiempos a más de un mexicano o mexicana a ganar dinero fácil, tener una
vida sibarita y eludir a la justicia. El reclutamiento de jóvenes para
alimentar las filas de la delincuencia organizada es más nutrido cada vez más. El
desempleo, la falta de oportunidades académicas, culturales y físicas, ha
propiciado que muchos de ellos ingresen a la mafia sin chistar. Arrojan todo por
la ventana por un efímero tiempo de excesos, una eternidad en prisión o una
muerte satisfecha. Lamentablemente he visto cómo las mentes más brillantes de mi
generación se han arrebatado la vida a consecuencia de una sobredosis, o por el
contrario; se encuentran pagando una condena en algún centro de readaptación
por su complicidad con grupos narcotraficantes.
Actualmente
la cifra aproximada es de poco más de sesenta mil muertos, los daños colaterales
son aún más angustiantes, los enfrentamientos entre grupos criminales y
militares no reprimen sus balas. El discurso oficial justifica su presencia en
el poder, no confronta la realidad, hoy más que nunca se necesita educación y
no de intestinas beligerancias. La perorata oficial adquiere, conforme transcurre el
discurso, un tono de voz más elevado y agresivo cuando el mandatario recuerda
toda manifestación civil contra la violencia. Para él no existe el pueblo ni
las víctimas, todo se reduce al costo de la guerra. Una imagen desoladora se instala en mi mente cómodamente
para perturbarme cada segundo que asimilo sus palabras: no existirá
capitulación alguna. Con
todo ello quiero decir que la búsqueda del bienestar o de un México mejor me
hace suponer que todo está germinándose desde la inconformidad social, evocar
el miedo, terror y ansiedad, que cada fin de semana sobrevivimos me lleva a
situarme dubitativo en que todo cambiara de rumbo, la intrusa calamidad
muestra su verdadero rostro.
Lo cierto
es que en estos tiempos ha surgido un movimiento que alude a la vida idealizada
de un narcotraficante; canciones, lenguaje, atavíos, costumbres, ritos, devoción
y un sinfín de actitudes retadoras. La reciente aparición de la enfermedad masiva o movimiento alterado,
ha tenido mucha aceptación, manifestación de corte
socio-cultural ha adquirido mayor relevancia en la costa del pacifico mexicano.
En sus videos se muestra que el principal rival a vencer son los militares
mientras el polvo blanco, dinero, botellas de whisky, armas y mujeres sobran en
las escenas. En cuanto a las mujeres que rodean a estos grupos son conocidas
como las plebitas chacalosas, son
bellas, con cuerpos bien definidos, atavíos sensuales con elementos de pedrería,
uñas ornamentadas, siempre hilarantes, dispuestas a confrontar a la autoridad, independientes,
bravas y sobre todo dispuestas a entregar la vida en un enfrentamiento.
Para el
antropólogo Roger Bartra, la situación aumenta de complejidad debido a que los
medios de comunicación masivos ejercen una inverosímil influencia en el modo de
vida de la sociedad, para el autor de La
jaula de la melancolía. Identidad y Metamorfosis del Mexicano, esta es una
función legitimadora que “le imprime un dinamismo al poder, de manera que nos
encontramos con la gestación constante de nuevas formas culturales.”[1]
El
narcopoder difunde un estilo de gasto privado que se vuelve público, “el
ofensivo y auto-apantallante desfile de residencias, joyas, automóviles
inmensos, armas de alto poder, esclavas y relojes de oro, maletas colmadas de
dólares, vedettes de opulencia anatómica, camionetas último modelo… todo lo que
sus poseedores jamás hubiesen obtenido con su grado de escolarización y sus
relaciones familiares.”[1]
Tanto para los campesinos como a los pobres urbanos el narcotráfico les ofrece
la movilidad social de un modo vertiginoso, este tipo de vida donde el dinero
llega a raudales, las manías adquisitivas se vuelven primordiales y la técnica
para decorarse más que para ataviarse de los narcos, “no sólo es ostentación
(todo lo que relumbra es oro) sino el mensaje delirante a los ancestros que
nunca salieron del agujero.”[2]
Esta
imposición otorga el tono estrictamente social a las nuevas generaciones que se
arrojan a la vida corta o a la prisión, la rebeldía ya no es sinónimo de
resistencia, ni de lenguaje subversivo, ni mucho menos de manifestaciones sociales,
políticas y culturales. Ahora todo se transgrede, la rebeldía ya no justifica
ninguna ideología, ahora es la vida enconada la que sugiere pensar
individualmente por el incierto destino que les depara. Es el Estado que se
resiste a reconocer su error, nadie es culpable de la situación alarmante en el
país, pero sí de una cierta complicidad por no enfrentar la desoladora cotidianidad
mexicana que nos arrasa.
Hoy más que nunca entablar un decoroso diálogo con
la realidad que vivimos es apremiante, reconocer que las políticas sociales han
sido encaminadas por el camino más sinuoso no es asumir un acto de
ingobernabilidad por el contrario sería un acto de honestidad. La inseguridad es un tema que hoy en día se
impone pese a las iniciativas que pretenden eludirla. Los tiempos difíciles
vienen acompañados de incertidumbre, la inseguridad avanza y la paz se vuelve
turbia
[1]
Arellano, Antonio, et-al. Fuera de la
ley. La nota roja en México 1982-1990. Ed. Cal y Arena. 1993, pág. XIII
México.
[2]
Monsiváis, Carlos. Los mil y un velorios.
Crónica de la nota roja en México. Asociación Nacional del Libro, A.C.
2009, pág. 184. México.
[1]
Bartra, Roger. La Jaula de la Melancolía
Identidad y Metamorfosis del Mexicano. Ed. Grijalbo. 2007, pág. 169.
México.
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