viernes, 18 de mayo de 2012

El narcopoder, la enfermedad masiva y los tiempos difíciles


En la actualidad la nación mexicana se encuentra inmersa en un proceso social que ha vulnerado a gran parte de la sociedad debido a la violencia que se ha incrementado en estos últimos tiempos. La guerra declarada contra el narcotráfico tiene como propósito fundamental acabar con quienes hacen daño al país.

Es cierto que una vida sin estudios ni empleo ni futuro a estimulado en los últimos tiempos a más de un mexicano o mexicana a ganar dinero fácil, tener una vida sibarita y eludir a la justicia. El reclutamiento de jóvenes para alimentar las filas de la delincuencia organizada es más nutrido cada vez más. El desempleo, la falta de oportunidades académicas, culturales y físicas, ha propiciado que muchos de ellos ingresen a la mafia sin chistar. Arrojan todo por la ventana por un efímero tiempo de excesos, una eternidad en prisión o una muerte satisfecha. Lamentablemente he visto cómo las mentes más brillantes de mi generación se han arrebatado la vida a consecuencia de una sobredosis, o por el contrario; se encuentran pagando una condena en algún centro de readaptación por su complicidad con grupos narcotraficantes.

Actualmente la cifra aproximada es de poco más de sesenta mil muertos, los daños colaterales son aún más angustiantes, los enfrentamientos entre grupos criminales y militares no reprimen sus balas. El discurso oficial justifica su presencia en el poder, no confronta la realidad, hoy más que nunca se necesita educación y no de intestinas beligerancias. La perorata oficial adquiere, conforme transcurre el discurso, un tono de voz más elevado y agresivo cuando el mandatario recuerda toda manifestación civil contra la violencia. Para él no existe el pueblo ni las víctimas, todo se reduce al costo de la guerra. Una imagen desoladora se instala en mi mente cómodamente para perturbarme cada segundo que asimilo sus palabras: no existirá capitulación alguna. Con todo ello quiero decir que la búsqueda del bienestar o de un México mejor me hace suponer que todo está germinándose desde la inconformidad social, evocar el miedo, terror y ansiedad, que cada fin de semana sobrevivimos me lleva a situarme  dubitativo en que todo cambiara de rumbo, la intrusa calamidad muestra su verdadero rostro.
Lo cierto es que en estos tiempos ha surgido un movimiento que alude a la vida idealizada de un narcotraficante; canciones, lenguaje, atavíos, costumbres, ritos, devoción y un sinfín de actitudes retadoras. La reciente aparición de la enfermedad masiva o movimiento alterado, ha tenido mucha aceptación, manifestación de corte socio-cultural ha adquirido mayor relevancia en la costa del pacifico mexicano.
En sus videos se muestra que el principal rival a vencer son los militares mientras el polvo blanco, dinero, botellas de whisky, armas y mujeres sobran en las escenas. En cuanto a las mujeres que rodean a estos grupos son conocidas como las plebitas chacalosas, son bellas, con cuerpos bien definidos, atavíos sensuales con elementos de pedrería, uñas ornamentadas, siempre hilarantes, dispuestas a confrontar a la autoridad, independientes, bravas y sobre todo dispuestas a entregar la vida en un enfrentamiento.
Para el antropólogo Roger Bartra, la situación aumenta de complejidad debido a que los medios de comunicación masivos ejercen una inverosímil influencia en el modo de vida de la sociedad, para el autor de La jaula de la melancolía. Identidad y Metamorfosis del Mexicano, esta es una función legitimadora que “le imprime un dinamismo al poder, de manera que nos encontramos con la gestación constante de nuevas formas culturales.”[1]
El narcopoder difunde un estilo de gasto privado que se vuelve público, “el ofensivo y auto-apantallante desfile de residencias, joyas, automóviles inmensos, armas de alto poder, esclavas y relojes de oro, maletas colmadas de dólares, vedettes de opulencia anatómica, camionetas último modelo… todo lo que sus poseedores jamás hubiesen obtenido con su grado de escolarización y sus relaciones familiares.”[1] Tanto para los campesinos como a los pobres urbanos el narcotráfico les ofrece la movilidad social de un modo vertiginoso, este tipo de vida donde el dinero llega a raudales, las manías adquisitivas se vuelven primordiales y la técnica para decorarse más que para ataviarse de los narcos, “no sólo es ostentación (todo lo que relumbra es oro) sino el mensaje delirante a los ancestros que nunca salieron del agujero.”[2]
Esta imposición otorga el tono estrictamente social a las nuevas generaciones que se arrojan a la vida corta o a la prisión, la rebeldía ya no es sinónimo de resistencia, ni de lenguaje subversivo, ni mucho menos de manifestaciones sociales, políticas y culturales. Ahora todo se transgrede, la rebeldía ya no justifica ninguna ideología, ahora es la vida enconada la que sugiere pensar individualmente por el incierto destino que les depara. Es el Estado que se resiste a reconocer su error, nadie es culpable de la situación alarmante en el país, pero sí de una cierta complicidad por no enfrentar la desoladora cotidianidad mexicana que nos arrasa.
Hoy más que nunca entablar un decoroso diálogo con la realidad que vivimos es apremiante, reconocer que las políticas sociales han sido encaminadas por el camino más sinuoso no es asumir un acto de ingobernabilidad por el contrario sería un acto de honestidad. La inseguridad es un tema que hoy en día se impone pese a las iniciativas que pretenden eludirla. Los tiempos difíciles vienen acompañados de incertidumbre, la inseguridad avanza y la paz se vuelve turbia


[1] Arellano, Antonio, et-al. Fuera de la ley. La nota roja en México 1982-1990. Ed. Cal y Arena. 1993, pág. XIII México.
[2] Monsiváis, Carlos. Los mil y un velorios. Crónica de la nota roja en México. Asociación Nacional del Libro, A.C. 2009, pág. 184. México.


[1] Bartra, Roger. La Jaula de la Melancolía Identidad y Metamorfosis del Mexicano. Ed. Grijalbo. 2007, pág. 169. México.

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