En la actualidad la nación mexicana se encuentra
inmersa en un proceso social que ha vulnerado a gran parte de la sociedad
debido a la violencia que se ha incrementado en estos últimos tiempos.
Es cierto que una vida sin estudios ni empleo ni
futuro ha estimulado en los últimos tiempos a más de uno a ganar dinero
fácilmente, tener una vida sibarita y eludir a la justicia. El reclutamiento de
jóvenes para alimentar las filas de la delincuencia organizada es más nutrido
cada vez más: el desempleo, la falta de oportunidades académicas, culturales y
físicas, ha propiciado que muchos de ellos ingresen a la mafia. Y desde ahí arrojar
todo por la ventana por un efímero tiempo de excesos, una eternidad en prisión
o una muerte satisfecha.
Esta imposición otorga el tono estrictamente social
a las nuevas generaciones que se arrojan a la vida corta o a la prisión, la
rebeldía ya no es sinónimo de resistencia, ni de lenguaje subversivo, ni mucho
menos de manifestaciones sociales, políticas y culturales. ¿La democracia
mexicana sólo sirve para continuar siendo pobres? Ahora todo se transgrede, la
rebeldía ya no justifica ninguna ideología, ahora es la vida enconada la que
sugiere pensar individualmente por el incierto destino que nos depara. Es el
Estado que se resiste a reconocer su error, nadie es culpable de la situación
alarmante en el país, pero sí de una cierta complicidad por no enfrentar la
desoladora cotidianidad que nos arrasa. ¿Acaso nos corresponde esta guerra
donde los jóvenes se asesinan entre sí?
Hoy más que nunca entablar un decoroso diálogo con
la realidad que vivimos será apremiante, reconocer que las políticas sociales
han sido encaminadas por el camino más sinuoso y accidentado no significa un
acto de ingobernabilidad, por el contrario sería un acto de honestidad. La seguridad y justicia son temas que hoy en día se
imponen, pese a la existencia de políticos que pretenden eludirla. Los tiempos
difíciles vienen acompañados de incertidumbre, la inseguridad avanza y la paz
se vuelve turbia. Evidentemente, el temor se instala en las esquinas de las
ciudades, suena pesimista, lo sé, pero no encuentro expresión optimista que
pueda cambiar la situación. El contexto social en el que estamos inmersos es
abrumador, cada vez son más los inocentes que fenecen en medio de un fuego cruzado,
los índices de violencia se incrementan desmesuradamente, la corrupción se
presenta de manera onerosa y los robos son cada vez más inverosímiles.
No es posible negar que una importante cantidad de
jóvenes asuman un rol importante en la política del país como emblema de los
ideales de México, es en éste escenario donde esbozan una sonrisa para cambiar
el destino de un país enfurecido que se erige sobre cadáveres. Los principios éticos
se muestran como una alternativa para hacer frente a las incongruencias que nos
han sumergido en la incertidumbre e impunidad. Estas palabras asumen la
responsabilidad de iniciar una nueva época que se encuentra en el ocaso de su
destino.
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