miércoles, 24 de octubre de 2012

El ocaso de una nación convulsionada


 
La noche ha traído de algún lugar un frío insoportable, me encuentro en una céntrica calle aguardando el transporte colectivo urbano, no soy el único a mi alrededor una muchedumbre instalada en el desasosiego desea cuanto antes huir de un espacio geográfico destinado a la incongruencia; sería extraño vivir en una plenitud placentera donde la cordialidad fuese un convencionalismo propio de una sociedad educada civilmente.

En la actualidad la nación mexicana se encuentra inmersa en un proceso social que ha vulnerado a gran parte de la sociedad debido a la violencia que se ha incrementado en estos últimos tiempos.

Es cierto que una vida sin estudios ni empleo ni futuro ha estimulado en los últimos tiempos a más de uno a ganar dinero fácilmente, tener una vida sibarita y eludir a la justicia. El reclutamiento de jóvenes para alimentar las filas de la delincuencia organizada es más nutrido cada vez más: el desempleo, la falta de oportunidades académicas, culturales y físicas, ha propiciado que muchos de ellos ingresen a la mafia. Y desde ahí arrojar todo por la ventana por un efímero tiempo de excesos, una eternidad en prisión o una muerte satisfecha.

Esta imposición otorga el tono estrictamente social a las nuevas generaciones que se arrojan a la vida corta o a la prisión, la rebeldía ya no es sinónimo de resistencia, ni de lenguaje subversivo, ni mucho menos de manifestaciones sociales, políticas y culturales. ¿La democracia mexicana sólo sirve para continuar siendo pobres? Ahora todo se transgrede, la rebeldía ya no justifica ninguna ideología, ahora es la vida enconada la que sugiere pensar individualmente por el incierto destino que nos depara. Es el Estado que se resiste a reconocer su error, nadie es culpable de la situación alarmante en el país, pero sí de una cierta complicidad por no enfrentar la desoladora cotidianidad que nos arrasa. ¿Acaso nos corresponde esta guerra donde los jóvenes se asesinan entre sí?

Hoy más que nunca entablar un decoroso diálogo con la realidad que vivimos será apremiante, reconocer que las políticas sociales han sido encaminadas por el camino más sinuoso y accidentado no significa un acto de ingobernabilidad, por el contrario sería un acto de honestidad. La seguridad y justicia son temas que hoy en día se imponen, pese a la existencia de políticos que pretenden eludirla. Los tiempos difíciles vienen acompañados de incertidumbre, la inseguridad avanza y la paz se vuelve turbia. Evidentemente, el temor se instala en las esquinas de las ciudades, suena pesimista, lo sé, pero no encuentro expresión optimista que pueda cambiar la situación. El contexto social en el que estamos inmersos es abrumador, cada vez son más los inocentes que fenecen en medio de un fuego cruzado, los índices de violencia se incrementan desmesuradamente, la corrupción se presenta de manera onerosa y los robos son cada vez más inverosímiles.

No es posible negar que una importante cantidad de jóvenes asuman un rol importante en la política del país como emblema de los ideales de México, es en éste escenario donde esbozan una sonrisa para cambiar el destino de un país enfurecido que se erige sobre cadáveres. Los principios éticos se muestran como una alternativa para hacer frente a las incongruencias que nos han sumergido en la incertidumbre e impunidad. Estas palabras asumen la responsabilidad de iniciar una nueva época que se encuentra en el ocaso de su destino.

 

 

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