Aún
era de madrugada cuando salió el candidato de casa, soplaba un viento frío que le provocaba
titiritar con singular enfado. La oscuridad en la calle era densa no se podía
ver absolutamente nada excepto una parpadeante luz procedente de una casona que
a través de la polvorienta ventana emanaba como si fuera una luciérnaga a punto
de extinguirse. La presencia del candidato por esos rumbos debió haber pasado
casi desapercibida. Con pasos presurosos caminaron cerca de dos horas sobre los
resistentes durmientes que los conducirían a la Estación Peñasco, lugar que se había
acordado para llevar a cabo la primera parte de la fuga.
Durante
la travesía no se tuvo mayores contratiempos exceptuando el hato de nerviosos
borregos que se atravesaron sobre las vías cerrándoles el paso así como unos
dolorosos rasguños que produjeron las filosas espinas de las ramas de mezquite
que, agitadas por una ligera corriente de viento, se precipitaron de forma
angustiante sobre el candidato. Además del puntual canto de los gallos, del
mugir de algunas insomnes vacas y de los aullidos de una manada de famélicos
coyotes, hubo un silencio sepulcral durante el camino.
Después
de haber caminado desesperadamente el cansancio provocó en el candidato un
estertor agonizante, con ánimos fingidos vislumbraron la marquesina de la
modesta Estación que habían elegido como punto de salida, lo que fue
desvaneciendo poco a poco los temores de ser aprehendidos. Sin embargo, el
sentimiento de persecución que se apoderó de ellos fue difícil eliminarlo,
imaginaban personas caminando detrás de ellos que al menor descuido se
arrojarían sobre sus espaldas para derribarlos y aprehenderlos; de sombras que
preferían ocultarse debajo de los inmensos matorrales para obstaculizar la
travesía y caer en una estrafalaria trampa que los colocara de boca en el suelo
tragando el polvo.
Cuando
el cielo empezó a difuminarse con la aparición de los primeros rayos del sol,
desde el horizonte se podía observar tranquilamente las formas caprichosas que
adquirían las nubes sobre el Cerro de San Pedro. Antes de llegar plenamente a
la Estación, donde se detuvieron por varios minutos para tomar un ligero
descanso, el silencio que los había acompañado durante el camino se desgajó
cuando el candidato musitó:
-Ahora
sólo hay que esperar.
Eran
las ocho de la mañana cuando arribaron a la instalación ferroviaria de Peñasco
siendo percibidos por el escaso personal que se encontraba laborando en el
andén. Uno de los encargados en atender la oficina de la Estación salió a tomar
aire puro saludando al candidato como a cualquier otro ferrocarrilero:
levantando la mano sin despegar la mirada del arcilloso suelo. Ante tal
situación decidió hacer antesala bajo la sombra de un enorme y remachado tinaco
laminoso que abastece de vital líquido a las locomotoras. No quería llamar más
la atención de las miradas quisquillosas y desconfiadas.
El
candidato daba muestras de confianza en el plan, sin embargo, su rostro se
desquebrajaba revelando severos rasgos de cansancio y fatiga. A pesar de las
largas jornadas físicas que acostumbraba llevar a cabo mientras vivió, bajo
caución, en la ciudad de San Luis. La cotidianidad de verlo tranquilamente del
brazo de su esposa caminando por las tardes en la Alameda o Plaza de Armas, se
convirtió en palabras que él mismo repetía:<<En una gratificante rutina
para el espíritu>>. Aunado a ello, sin dar muestras de temor alguno
cuando se aventuraba a dar paseos a caballo conoció lugares alejados del
bullicio y relajantes para él, como fue la Presa de San José. Obra hidráulica
que consideraba como oportuna para hacer frente a las malas temporadas.
Por
más de tres horas aguardaron impacientemente debajo del tinaco hasta que lograron
distinguir la negra columna de humo que emergía desesperada de la locomotora
aproximándose velozmente, disipando momentáneamente la angustia de ser
encontrados. El estrepitoso silbato sonó tres veces anunciando su llegada, el
candidato percibió que sus finos y empolvados zapatos tenían pequeñas espinas
alrededor de la suela por lo que desencajó una a una hasta quitarlas por
completo, exponiendo en tono sarcástico: <<Si todo fuera como
esto>>.
Poco
a poco descendieron los excursionistas con canastas llenas de comida y un
conjunto musical para amenizar el día de campo, el candidato aún ataviado de
ferrocarrilero: overol, camisa a rayas y un pañuelo colorado atado al cuello, con
ayuda de Julio Peña encontró el vagón que tenía la puerta abierta. Era la señal.
Inmediatamente abordaron el vagón con ciertas dificultades al escalar los
enormes estribos, ubicaron dos lugares que previamente habían escudriñado para
sentarse, tratando de ocultar sus rostros pasaron por desapercibidos sin
percatarse que en el mismo vagón viajaba…
La
voz aguda de un escandaloso ferrocarrilero anunciaba la partida, el silbato
sonó tan fuerte que el chirriar de las enormes ruedas de hierro y la
desparramada columna de humo que emanaba la locomotora advertían el éxito de la
primera parte del plan.
Desde
la ventanilla el candidato logró atisbar cómo una familia que había descendido
segundos antes buscaban un lugar para pasar un día de campo, las mujeres
señalaban con emoción hacia varios lugares sin lograr ponerse de acuerdo. Hasta
que un joven de elegante corbata, peinado meticulosamente otorgándole a su
cráneo un partido a la mitad comenzó a caminar hacia un descampado tapizado de
dientes de león y de un raro césped color verde oscuro que matizaba con el azul
turquesa del cielo, con las manos sumergidas en los bolsillos del pantalón y la
mirada embarrada en el suelo se detuvo en medio de la nada esperando al resto
de la familia que lo siguieron sin chistar.
Al
interior del pullman el encargado de perforar los boletos se acercó a los
lugares donde se encontraban sentados los nuevos tripulantes; del lado de la
ventanilla se encontraba el candidato que fingía estar dormido; del lado del
pasillo Peña, quien limpió con un pañuelo el sudor que copiosamente emanaba su
frente. El desvelado e iracundo encargado de perforar los boletos tocó
despectivamente el hombro de Peña solicitándole con ademanes prepotentes los
pasajes, los cuales extendió con su mano derecha advirtiendo:
-Éste
es mi boleto… y éste el de mi compañero. Por favor no lo moleste está muy
cansado.
-No
me importa sí está cansado, sólo necesito los tickets caballero.
Con
la cabeza recargada plácidamente sobre la acojinada almohadilla del asiento
escuchaba con atención lo que decía Peña al encargado de revisar los boletos.
De vez en cuando dejaba que el movimiento oscilatorio de la locomotora llevara
su cabeza de un lugar a otro, como si fuera un péndulo. El empleado por su
parte checó los boletos, los perforó, los regresó a Peña y continuó su camino
por el angosto pasillo para pasar a otro vagón. En un acto premeditado cuando
el candidato sintió que habían recorrido una distancia relativamente larga y
que no se escuchaba más la voz del iracundo empleado entreabrió los ojos y
empuñando con fuerza sus manos respiró tan hondo que la caja torácica empezó a
abultarse, contuvo por varios segundos la respiración, exhaló con paciencia y
dijo:
-Trata
de descansar, no permitas que regrese el boletero me puede reconocer.
Ensimismado,
el candidato se entregó a la tarea de recordar en lo más profundo de su mente
el día que decidido recorrer tres estados del norte para dar fin a su campaña
proselitista por la presidencia de México. Jamás se imaginó que su contrincante
político fuera capaz de utilizar argucias tan perversas para impedirle la posibilidad
de competir limpiamente durante las elecciones primarias y secundarias. Las
garantías que el mismo Porfirio Díaz le había prometido para llevar a cabo su
campaña sin ningún tipo de problemas se las llevaba el carajo.
Sin
embargo, la fuga estaba en marcha, escapaba del lugar donde se lucubró un plan
que, de tener el éxito deseado, habría de llevarlo a la silla presidencial,
acabaría con el autoritarismo e iniciaría una nueva etapa en la vida nacional
con el Sufragio Efectivo No Reelección.
El viento frío que soplaba desde la madrugada desapareció casi por completo se
podía ver hacía el oriente de la capital potosina la entrada de amenazantes
nubes oscuras.
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