miércoles, 24 de octubre de 2012

La fuga


 
 

Aún era de madrugada cuando salió el candidato de casa,  soplaba un viento frío que le provocaba titiritar con singular enfado. La oscuridad en la calle era densa no se podía ver absolutamente nada excepto una parpadeante luz procedente de una casona que a través de la polvorienta ventana emanaba como si fuera una luciérnaga a punto de extinguirse. La presencia del candidato por esos rumbos debió haber pasado casi desapercibida. Con pasos presurosos caminaron cerca de dos horas sobre los resistentes durmientes que los conducirían a la Estación Peñasco, lugar que se había acordado para llevar a cabo la primera parte de la fuga.

Durante la travesía no se tuvo mayores contratiempos exceptuando el hato de nerviosos borregos que se atravesaron sobre las vías cerrándoles el paso así como unos dolorosos rasguños que produjeron las filosas espinas de las ramas de mezquite que, agitadas por una ligera corriente de viento, se precipitaron de forma angustiante sobre el candidato. Además del puntual canto de los gallos, del mugir de algunas insomnes vacas y de los aullidos de una manada de famélicos coyotes, hubo un silencio sepulcral durante el camino.

Después de haber caminado desesperadamente el cansancio provocó en el candidato un estertor agonizante, con ánimos fingidos vislumbraron la marquesina de la modesta Estación que habían elegido como punto de salida, lo que fue desvaneciendo poco a poco los temores de ser aprehendidos. Sin embargo, el sentimiento de persecución que se apoderó de ellos fue difícil eliminarlo, imaginaban personas caminando detrás de ellos que al menor descuido se arrojarían sobre sus espaldas para derribarlos y aprehenderlos; de sombras que preferían ocultarse debajo de los inmensos matorrales para obstaculizar la travesía y caer en una estrafalaria trampa que los colocara de boca en el suelo tragando el polvo.

Cuando el cielo empezó a difuminarse con la aparición de los primeros rayos del sol, desde el horizonte se podía observar tranquilamente las formas caprichosas que adquirían las nubes sobre el Cerro de San Pedro. Antes de llegar plenamente a la Estación, donde se detuvieron por varios minutos para tomar un ligero descanso, el silencio que los había acompañado durante el camino se desgajó cuando el candidato musitó:

-Ahora sólo hay que esperar.

Eran las ocho de la mañana cuando arribaron a la instalación ferroviaria de Peñasco siendo percibidos por el escaso personal que se encontraba laborando en el andén. Uno de los encargados en atender la oficina de la Estación salió a tomar aire puro saludando al candidato como a cualquier otro ferrocarrilero: levantando la mano sin despegar la mirada del arcilloso suelo. Ante tal situación decidió hacer antesala bajo la sombra de un enorme y remachado tinaco laminoso que abastece de vital líquido a las locomotoras. No quería llamar más la atención de las miradas quisquillosas y desconfiadas.

El candidato daba muestras de confianza en el plan, sin embargo, su rostro se desquebrajaba revelando severos rasgos de cansancio y fatiga. A pesar de las largas jornadas físicas que acostumbraba llevar a cabo mientras vivió, bajo caución, en la ciudad de San Luis. La cotidianidad de verlo tranquilamente del brazo de su esposa caminando por las tardes en la Alameda o Plaza de Armas, se convirtió en palabras que él mismo repetía:<<En una gratificante rutina para el espíritu>>. Aunado a ello, sin dar muestras de temor alguno cuando se aventuraba a dar paseos a caballo conoció lugares alejados del bullicio y relajantes para él, como fue la Presa de San José. Obra hidráulica que consideraba como oportuna para hacer frente a las malas temporadas.

Por más de tres horas aguardaron impacientemente debajo del tinaco hasta que lograron distinguir la negra columna de humo que emergía desesperada de la locomotora aproximándose velozmente, disipando momentáneamente la angustia de ser encontrados. El estrepitoso silbato sonó tres veces anunciando su llegada, el candidato percibió que sus finos y empolvados zapatos tenían pequeñas espinas alrededor de la suela por lo que desencajó una a una hasta quitarlas por completo, exponiendo en tono sarcástico: <<Si todo fuera como esto>>.  

Poco a poco descendieron los excursionistas con canastas llenas de comida y un conjunto musical para amenizar el día de campo, el candidato aún ataviado de ferrocarrilero: overol, camisa a rayas y un pañuelo colorado atado al cuello, con ayuda de Julio Peña encontró el vagón que tenía la puerta abierta. Era la señal. Inmediatamente abordaron el vagón con ciertas dificultades al escalar los enormes estribos, ubicaron dos lugares que previamente habían escudriñado para sentarse, tratando de ocultar sus rostros pasaron por desapercibidos sin percatarse que en el mismo vagón viajaba… 

La voz aguda de un escandaloso ferrocarrilero anunciaba la partida, el silbato sonó tan fuerte que el chirriar de las enormes ruedas de hierro y la desparramada columna de humo que emanaba la locomotora advertían el éxito de la primera parte del plan.

Desde la ventanilla el candidato logró atisbar cómo una familia que había descendido segundos antes buscaban un lugar para pasar un día de campo, las mujeres señalaban con emoción hacia varios lugares sin lograr ponerse de acuerdo. Hasta que un joven de elegante corbata, peinado meticulosamente otorgándole a su cráneo un partido a la mitad comenzó a caminar hacia un descampado tapizado de dientes de león y de un raro césped color verde oscuro que matizaba con el azul turquesa del cielo, con las manos sumergidas en los bolsillos del pantalón y la mirada embarrada en el suelo se detuvo en medio de la nada esperando al resto de la familia que lo siguieron sin chistar. 

Al interior del pullman el encargado de perforar los boletos se acercó a los lugares donde se encontraban sentados los nuevos tripulantes; del lado de la ventanilla se encontraba el candidato que fingía estar dormido; del lado del pasillo Peña, quien limpió con un pañuelo el sudor que copiosamente emanaba su frente. El desvelado e iracundo encargado de perforar los boletos tocó despectivamente el hombro de Peña solicitándole con ademanes prepotentes los pasajes, los cuales extendió con su mano derecha advirtiendo:

-Éste es mi boleto… y éste el de mi compañero. Por favor no lo moleste está muy cansado.

-No me importa sí está cansado, sólo necesito los tickets caballero.

Con la cabeza recargada plácidamente sobre la acojinada almohadilla del asiento escuchaba con atención lo que decía Peña al encargado de revisar los boletos. De vez en cuando dejaba que el movimiento oscilatorio de la locomotora llevara su cabeza de un lugar a otro, como si fuera un péndulo. El empleado por su parte checó los boletos, los perforó, los regresó a Peña y continuó su camino por el angosto pasillo para pasar a otro vagón. En un acto premeditado cuando el candidato sintió que habían recorrido una distancia relativamente larga y que no se escuchaba más la voz del iracundo empleado entreabrió los ojos y empuñando con fuerza sus manos respiró tan hondo que la caja torácica empezó a abultarse, contuvo por varios segundos la respiración, exhaló con paciencia y dijo:

-Trata de descansar, no permitas que regrese el boletero me puede reconocer.

Ensimismado, el candidato se entregó a la tarea de recordar en lo más profundo de su mente el día que decidido recorrer tres estados del norte para dar fin a su campaña proselitista por la presidencia de México. Jamás se imaginó que su contrincante político fuera capaz de utilizar argucias tan perversas para impedirle la posibilidad de competir limpiamente durante las elecciones primarias y secundarias. Las garantías que el mismo Porfirio Díaz le había prometido para llevar a cabo su campaña sin ningún tipo de problemas se las llevaba el carajo.

Sin embargo, la fuga estaba en marcha, escapaba del lugar donde se lucubró un plan que, de tener el éxito deseado, habría de llevarlo a la silla presidencial, acabaría con el autoritarismo e iniciaría una nueva etapa en la vida nacional con el Sufragio Efectivo No Reelección. El viento frío que soplaba desde la madrugada desapareció casi por completo se podía ver hacía el oriente de la capital potosina la entrada de amenazantes nubes oscuras.

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